En la vida comercial de Iquitos de hace un siglo figuraba El arco iris. Era propiedad de Cunti ·& Co., se ubicaba en los números 51, 53 y 55 de la calle del Próspero y era una tintorería y sombrerería. Allí se hacían muchas cosas. Se vendía artículos para caballeros, se lavaba y se teñía toda clase de trajes y ropas de varones y damas y se lavaba y arreglaba sombreros.  El servicio se hacía también a domicilio para dar mayor comodidad al cliente. Lo que nos llama poderosamente la atención es el último de los rubros. En las escasas fotos de esos años el sombrero blanco era fundamental en muchas personas. En las calles sin pavimentar o pavimentadas, esa prenda se luce como una parte del color blanco que predominaba en la vestimenta de los hombres, principalmente. Color emblemático que daba un aire peculiar y propio a la urbe de las ardillas.

En la ciudad de entonces, en la calle Morona No. 2, quedaba la sombrerería del señor  Esteban Gutiérrez. El resto de sombreros eran importados. Y en ese tiempo esa prenda en la cabeza bien pudo ser una prosa, una panudería, un muestrario vanidoso. Pero hoy por hoy esa prenda no sería un lujo. Sería una protección contra los peligros de la radicación solar.  Sería algo necesario para ponerse  antes de salir al combate por la vida. Pero nadie usa ahora sombrero, salvo que vaya al campa en feriado o en domingo. En el presente no existe ni fábrica de sombreros,  ni sombrerería,  ni lavado o arreglado de esa prenda. El sombrero de antaño es un negocio desaparecido. Y no se trata de que fueron otros tiempos, que las cosas se acaban. Se trata de otra cosa, como lo veremos en su momento.