El movido Día del Desafío, celebración mundial que surgió en Canadá en 1983, motivó una serie de actividades de parte de las atentas autoridades de esta ciudad y sus alrededores. En forma conjunta, encomandita, decidieron realizar un largo feriado que comenzó el miércoles y acabó el domingo. En esos días danzaron, bailaron, bebieron, como siempre. En las pausas aprovecharon para hacer sorteo de mochilas, camisas y pantalones.  Luego procedieron a regalar zapatos, zapatillas,  alpargatas y tantas otras cosas más como si se tratara de una parranda de donaciones.

Después, como impulsados por el hambre ajeno, invitaron a muchos  a degustar suculentos aguaditos preparados con tanto amor por expertos cocineros contratados. El aguadito fue servido sin discreción a todo aquel que demostrara que no había comido durante 3 días, que no tuviera ni trabajo ni sueldo ni quien le mantuviera. Luego del almuerzo cada quien se fue con su sarta de pescados donado por el señor Euler Hernández. El festejo andaba en todo su esplendor, todo era bullicio y jarana,  cuando sucedió que un conjunto de ciudadanos decidieron celebrar a su manera tan inspirada fiesta desafiante.

Eran los amigos de lo ajeno, los delincuentes más calificados, los choros sin saco ni corbata,  que obedeciendo al desafío planteado, a aquello de moverse para que el mundo se mueva,  cometieron una serie de fechorías que les dieron prestigio en el ámbito nacional e internacional.  Era de verse como estos fulanos, como poseídos por una fuerza irracional, como dotados de una fuerza superior, hicieron de las suyas  en  cualquier parte y a cualquier hora de ese feriado. En el balance de la fiesta que después se hizo se llegó a la tremenda conclusión de que los que mejor aprovecharon la coyuntura desafiante fueron los malhechores. Fue así como se tuvo que inventar otro feriado para premiar a esos ciudadanos que habían sabido responder cabalmente a un desafío.