En mis búsquedas bibliográficas me topé con el libro “Bellezas del cine mexicano” de Rogelio Agrasánchez Jr., libro de edición bilingüe español e inglés. Al sólo toparme con el libro lo compré inmediatamente por internet. No pensé que este, el texto, tuviera un largo recorrido. Lo tenía una librería en San Luis, Misouri, en Estados Unidos. Decía que estaba en buenas condiciones. Desde que lo compré empezó un largo peregrinaje – tardó casi un mes para llegar a la cuesta del Olmo. Muy largo. Los primeros días lo seguía por internet. Eso sin querer me generaba cierta tensión. Así que decidí tomarme con más tranquilidad. Es más, casi soñaba con el libro. Confieso que me generó algún que otro insomnio morrocotudo. Pero todo este cúmulo de situaciones no era baladí, era el prologuillo para una buena sorpresa. Entre las bellezas seleccionadas del cine mexicano, en la edad de oro, estaba nada menos de Ofelia Montesco, conocida como “Carita de cielo” e hija del palustre. Su verdadero nombre era Ofelia Irene Grabowski Edery. Por eso me parece que todavía se sigue siendo injusto con ella, en la ciudad en la que nació no existe una calle, ni una plaza que la recuerde. Es más, la canalla memoria del marjal ni siquiera ha hecho un homenaje a una de sus actrices más internacionales como debe ser. Estamos en otra como siempre. Una mañana de este invierno suena el telefonillo, era el cartero. Es una persona amable il postino. El verano pasado me comentó que en sus vacaciones había viajado a Inglaterra para pasear y despejarse de sus preocupaciones, quien no las tiene. El cartero me dijo que tenía un envío. Lo miré y por el forro del sobre pensé que era para F, lo dejé en su escritorio hasta que volviera del trabajo. Seguí en lo mío. Al volver me dijo que ese sobre era el libro que le había comentado. Me abalancé sobre el libro, en pocos segundos estaba despojado del sobre. Lo palpé poniéndome a buscar a Ofelia Montesco que estaba al lado de Rita Macedo, Silvia Pinal, Elsa Aguirre, Carmen Montejo, María Félix y una pléyade de guapas artistas. Al leer la reseña sobre ella tenía un gazapo. En lugar de poner Iquitos, ponía Quitos, sin más. Un manchón tipográfico que no borró para nada la alegría por encontrarla. Así en mi sillón azul de esta cuesta he brindado silenciosamente por ella, por sus triunfos y reconocimientos. Aunque los que viven en la floresta le den la espalda.

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