Uno de los pocos espacios donde podemos librarnos del pesado mundo mercantil que pesa sobre nuestras espaldas y nos rodea son los ratos de ocio. Algunos lo ponen en duda porque cada día estos espacios son colonizados por el consumismo sin sentido y estéril. Uno de esos espacios para disfrutar el ocio son los parques públicos. Recordemos que en muchos casos el ocio ha adquirido la categoría de derecho constitucional como el caso del texto constitucional peruano que menciona el disfrute del tiempo libre. El diccionario de la RAE define al ocio el tiempo libre de una persona. Para el caso peruano, este ha adquirido el rango de un derecho fundamental. Pero vuelvo a los parques públicos para no despistarme, a propósito en la floresta norte de Perú los parques son contados con los dedos de la mano y además son muy ruidosos. En mis garbeos matutinos o vespertinos de estos días, tengo a tiro de piedra a la Casa de Campo, este gran espacio verde tiene alrededor 1722,60 hectáreas y ha sido un antiguo coto de caza real. En la actualidad, este parque ha sido remodelado por la actual gestión municipal haciéndolo más acogedor; la anterior gestión, que aborrecía la gestión pública, dejaba morir estos bienes para luego tocar la puerta de la empresa privada para su gestión. En estos paseos no puedo dejar de observar, en este gran lugar para el sano esparcimiento y tiempo libre, que mucha gente lleva consigo el móvil y no lo abandona por nada del mundo. Se ha convertido una extensión de él, la persona sigue conectado obviando la tranquilidad, le importa un rocoto. Lo que no entiendo es que en esas horas de ocio no logra aislarse del mundanal ruido ¿encontrará la paz?, ¿la tranquilidad? Las parejas a lo suyo, cada uno mirando el móvil sin disfrutar del bosque, del lago, de la caminata, de sus hijos que juegan alrededor. Es un extraño mundo el que se aproxima.