De que todos en el país decimos estar contra la corrupción. Es cierto. Hasta los propios corruptos, aunque esto les parezca poco creíble e ironía mal oliente. Por eso todos en coro saludamos que este 2019 se llame: «Año de la lucha contra la corrupción y contra la impunidad».

Los peruanos, estamos en modo anticorrupción. En posición y actitud de alerta contra este cáncer que carcome hasta las entrañas de nuestra sociedad. Y que, como van las cosas, no parece tener cura, porque tan solo nos mantenemos a base de analgésicos, puro paliativos y nada más.

Para aterrizar en nuestra realidad regional diremos que los recientes hechos tan indignantes como escandalosos vinculados con el Gorel, solo nos permiten comprobar que esa lucha en muchos casos es de la boca para afuera. Es teoría convenida. Es pura pose. Solo bla, bla, bla y nada más.

Queda en evidencia que somos campeones en la lucha contra la corrupción, que somos implacables e inmisericordes, siempre y cuando, sí y solo sí, el corrupto este en la otra orilla o vereda del frente. Si es del grupo enemigo, si no comulga con nuestras ideas, si ideológicamente está a kilómetros de distancia, si no es de la gestión nuestra, si no es nuestro líder o compañero o carnal. Ahí sí lo condenamos y repudiamos.

Pero si el desgraciado que prende las uñas, se vale del poder para robar recursos públicos, o mover sus influencias para ofertar chamba, o para favorecer con obras o contratos que luego rindan jugosas coimas, pertenece al mismo partido, es del entorno, es de la misma camiseta, es tu jefe, tu líder, es de tu mancha de gestión. Pues, de ninguna manera es corrupto.

La politiquería oportunista, la de ocasión y angurrienta, hace que se venda ese mensaje. Mediante fijaciones repetitivas se ha metido en la cabeza, en el chip de la gente aquello de: «Mi corrupto no es tan corrupto como el tuyo».

Si queremos luchar real y concretamente contra la corrupción, debe ser con tolerancia cero. Venga de donde venga, sea quien sea y sea de donde sea, el infeliz aquel.

Hay que comenzar por limpiar la casa propia. Por condenar lo malo de nuestro entorno. Ver nuestras vigas en propio ojo antes que las pajas en el de los demás.

Dicho todo esto, creo que hoy tenemos la gran oportunidad, todos sin exclusión alguna, de demostrar con hechos que repudiamos la corrupción y a los corruptos. Que nuestro discurso sea  congruente con nuestras acciones. Caso contrario, todo será pura baba, puro estiércol.

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