Por Filiberto Cueva.

De una semana a la siguiente, mi barrio ha dejado de tener el mismo movimiento, el mismo ruido y la misma expresión. Tal cual un atleta que luego de alcanzar la meta cae rendido para tomar un respiro, beber agua y recuperar energía. Todos se están regresando a casa, a ver a los suyos.

Algunos viajan unas horas camino a otra ciudad, otros a un país cercano y otros del otro lado del mar.

Un amigo me ha dicho que cuando llegue agosto lo mejor es que me vaya, pues todos los negocios cierran, algunos bares y restaurantes abren por escasas horas al día y la programación cultural que caracteriza este barrio, se vuelve inexistente. “Vete Filiberto, que si estás aquí durante agosto, te vas a sentir solo” me dice.

Y es que claro, durante décadas este ha sido un barrio universitario. Caracterizado por el espíritu, cuestionamiento y actitud de búsqueda que caracteriza a un estudiante.  Pero ¿qué pasa si a partir de una semana todos estos estudiantes se tienen que ir? Algunos se van contentos – la gran mayoría – unos un poco tristes, otros aún más.

Muchos de los estudiantes que se van, ya no tienen motivo para regresar. Han terminado clases, se graduaron, recibieron un diploma y van contentos a los brazos de sus madres. Por su partes otros, dejan amores, recuerdos y lamentos, así como promesas de volver y que en alguna otra parte del mundo se encontrarán.

En agosto no habrá tantas personas en el barrio. Se han empezado a ir de uno en uno. El ruido de las ruedas de las maletas ha empezado a sonar. El metro que va con destino al aeropuerto, parece tener más pasajeros que los que usualmente tiene.

Por su parte, mis padres me han preguntado cuando voy a volver casa, a lo que he respondido diciendo que muy pronto, puesto que me queda un tramo de camino por responder. Pero y aunque aún no regrese a Perú, tampoco me quedaré en el barrio contemplando la soledad.

Es entonces que he tomado la decisión de ir al África. Que resulta interesante, profunda y poco explorada. Ya tengo los pasajes y he empezado a contar los días y buscar información en la internet para hacerme una idea más clara de lo que me espera. Voy a empezar el recorrido en Marrakech, una típica ciudad de Marruecos, caracterizada por sus palacios y mercados, en los que mayoritariamente se ofertan alfombras, telas y especias.

A mi retorno – setiembre – el barrio empezará nuevamente a volver a la vida. Nuevos estudiantes vendrán y durante sus primeras semanas caminaran por las calles de este mágico lugar con actitud y mirada exploratoria. Al cabo de unas semanas se sentirán parte del espacio y lo que es mejor, van a dar vida al mismo.

Por mi parte, llegaré con mucha arena entre el equipaje a causa de haber caminado y contemplado el desierto. Del mismo modo, he de llegar deseoso de contarle a mi madre que aunque falte poco para vernos, la he tenido presente en mi micro-recorrido por el África y que por supuesto, he vuelto a ser parte del movimiento, ruido y expresión que da vida al barrio que por este tiempo, me acoge.