Casi cuatro horas separa Madrid de Atenas. Con una hora más en Atenas por la franja horaria. Antes de embarcarnos en este viaje leía un texto sobre los mitos griegos y la voz de esos héroes terrenales y celestiales paseaban por estas calles atenientes. Grecia es un archipiélago de islas (cerca de 6.000 de las cuales 200 están habitadas, según la guía de viajes que leía en el avión), me recordaba al condado literario de Isla Grande y las demás islas. Además que Atenas e Isla Grande están inmersas en un piélago de mitos, en esas coordenadas fundacionales se juntan. Pero la virtud de los griegos fue no cosificar esos mitos si no por el contrario hacerlos actuales, adaptarlos. La cultura griega es un cocido cultural: tiene muchos aportes de otros pagos y gentes (el tomate relleno que comimos en un restaurante es una muestra de ellos). Por ejemplo en la adaptación de mitos tenemos a Prometeo a escala contemporánea puede ser la persona actual con sus claroscuros, dudas y reconcomios. Igual situación algunos escritores y escritoras de la floresta dan una vuelta de tuerca con el mito del bufeo colorado y sus pesares por las diferentes aguas que les toca vivir o el caso de la anciana que pasea por el monte buscando a sus hijos. Atenas nos recibió con lluvia, las carreteras mojadas y la sensación de frío. No llueve al gusto de todos, muchos lugareños se quejaban de las inclemencias del clima. Era una lluvia que llegaba y se iba al mismo tiempo. El autobús nos dejó en el centro, lejos de la parada final en la Plaza de Sintagma que tiene monumento de referencia al Parlamento. El conductor alegó que había una manifestación que limitaba el acceso a la plaza y, efectivamente, llegamos en medio de una algazara de manifestantes. La Europa del programa de ajustes y recortes ha causado malestar social que ha sido difícil de digerir. Y así como están las cosas es para volver a traer a Prometeo y reinventar el mito.