Es junio y la borrasca nos acompaña en Madrid. Las personas del tiempo auguran por lo menos tres semanas así con este tiempo. Todo el mundo se queja de la lluvia, del frío, “que del frío pasas al calor durante el día”. Días primaverales. Hay un dicho que se repite por estas coordenadas geográficas que hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo. Por eso ahí anda el tiempo dando guerra a todos. Mis paseos vespertinos claro que se resienten. Debo ensayar fórmulas para encontrar un momento que amaine la lluvia y salir a dar una larga caminata. Literalmente no quiero que se me agüe la fiesta y menos con el puñetero aguacero. Debo confesar que en esas caminatas es donde me afloran mejor las ideas, encuentro soluciones a los atascos en lo que ando envuelto. Por eso las añoro, a las caminatas, que ni en invierno dejo de salir a caminar. Me invento paseos – parezco a mi padre que encuentra motivos o se los inventa para salir de casa. Sentir el frío o el calor del tiempo en el cuerpo te hace sentir humano. Mientras tanto en casa planifico las lecturas de libros. O eso pienso, pero me gana el caos. Avanzo con prisa en unas y dejo otras que no han logrado seducirme. No me aclaro con facilidad y sé que es por la falta de caminar. Es como si un óxido repentino me ha entrado en las carnes. Se me enmarañan las prioridades o no sé darles un mejor valor a ellas. Un enredo. Para remate, muchas veces, yerro en las elecciones y los libros se van acumulando en la mesa del ordenador. Al mismo tiempo, hay libros que mandan los amigos y el cartero, muy amablemente, me avisa que tengo un libro y sube a entregarme en propias manos. Cuando nos encontramos en la calle nos saludamos, es una persona amable. Conversamos brevemente. Trato de hacerme amigos con los carteros (es una profesión que me gustaría haberla ejercido alguna vez). Es el mejor enlace con el exterior. Mientras tanto, esperando que mejore el tiempo me distraigo en tareas caseras. Es primavera.

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