A los 17 años – el 05 de enero de 2009 – llegué a Lima, para cursar mis estudios universitarios, había pasado hasta ese momento toda mi vida en mi amada ciudad, Iquitos. Llegué a la casa de mis abuelitos paternos – mi papá Teo y mi mamá Elvirita – en cierto modo no estaba acostumbrado a ellos, no había convivido con ellos como lo hice con los abuelitos maternos, toda esa situación era nueva para mí.

Antes de esta nueva etapa de mi vida, tuve que adaptarme, pero vaya que adaptarse a la rigidez y mano dura de mi mamá Elvirita no fue fácil, vine de ser un niño de papá y mamá, a madurar, a ser un hombre, un profesional, pero tuve a mi abuelito, a mi papá Teo, que con su picardía me hacía olvidar quizá momentos tensos o tristes por extrañar a mis padres.

Yo tenía siempre presente, antes de vivir con ellos, que mi papá Teo era un buen hombre y un buen padre, ya que, por ejemplo, con mi papá y mis tíos jugaba hasta el cansancio al futbol y cuando ya no podían por que la juventud los dejaba, simplemente los abrazaba. Les enseñó a manejar bicicleta y diversos juegos de antaño que fueron el deleite y disfrute de mi papá y tíos. Pero al convivir y conocerlo mejor, me llevé con la grata sorpresa que mi papá Teo era culto, podía conversar conmigo de cualquier tema y emitir opinión valedera, tenía una conciencia social muy grande y una pasión por la política – como olvidar que se paraba burlando de “los otorongos del Congreso” –  y sobre todo, tenía un gran corazón, ya que al extraño que llegaba a su casa lo acogía como familia.

Don Teobaldo Rojas Mesía, para muchos un hombre alegre, bailarín, hiperactivo y bonachón, pero para mí es mi papá Teo, mi gran compañía en los desayunos de mi época universitaria –nunca me faltaron los panes ciabatta y cariocos por el –, un ejemplo de amor hacia los suyos – sus hijos y su esposa Elvirita –, gran conversador en todo tipo de temas – con pasión en temas religiosos y sociales – y sobre todo un ocurrente de aquellos, que sin lugar a duda, te sacaba una sonrisa con sus diálogos. Es decir, mi papa Teo fue una luz en mi vida, un referente, que contribuyó a la formación del hombre que soy hoy en día.

Lamentablemente el 23 de mayo de 2018, esa luz se apagó, mi papá Teo trascendió de esta existencia terrenal y nos dejó para acudir al paraíso, en los cielos que muchas veces me platicó, dejando un gran vacío en todos los que lo quisimos. Cuanto me hubiera gustado verte en una fiesta más, disfrutar de tus pasos de baile ágiles, juveniles, y sobre todo llenos de vida, cuanto me hubiera gustado escucharte y verte una vez más redactar en tu máquina de escribir, esos resúmenes tan interesantes y prácticos que hacías de cada versículo de la biblia, o verte saltar ágilmente de tu bicicleta luego de comprar el pan o hacer los mandados de tu chola, de tu Elvirita.

Solo me queda agradecerte por todo el tiempo que lograste compartir conmigo, por el cariño y ayuda que me brindaste en cada desayuno, por las amables despedidas en el aeropuerto o en la casa cuando tenía que regresar a Iquitos y por enseñarme que solo el cuerpo puede envejecer, pero está en uno sentirse joven, por lo que para mí tu eras un joven más, pero con la sabiduría de 90 años, y sobre todo gracias por ser mi abuelito y permitirme ser tu nieto. Me comprometo a cuidar a tu amada Elvirita, ya que llevo tu sangre en mis venas y le daré la protección que tú le impartías, solo espero estar a la altura. Un beso al paraíso – donde esperabas ir con todo y zapatos – donde estoy seguro eres feliz ahora.

Miguel Angel Rojas Rios

Abogado

Maestrando en Gobierno y Políticas Publicas

rojasr.miguel@pucp.edu.pe