Por Miguel Donayre Pinedo
Salí con muchas emociones encontradas de “El ojo que llora”, una pena que no nos quedáramos más tiempo para disfrutar a plenitud en un lugar donde debemos reflexionar sobre lo que pasó en Perú en esos duros ochenta y noventa, el guachimán me urgía que terminara pronto- pensar que con lo sucedido en el caucho se ha reflexionado muy poco y no hay monumento alguno en Isla Grande. Lamentablemente este lugar del Campo de Marte ha sufrido agravios de parte de aquellos que alardean y enarbolan la violencia sobre la paz, la intolerancia, el no escuchar al otro. Desgraciadamente, socialmente, seguimos en ese camino. Me sobrepuse de las emociones y salí con dirección a la casa donde vivió José Carlos Mariátegui, en el jirón Washington 1946, Lima centro. Disparé unas fotos, estaba con la puerta tapiada y una foto de este valiosos intelectual peruano. La bulla de bocinas y el tubo de escape de los carros son los que predominan en ese paisaje urbano. Imaginé por un momento la época, los debates dentro de la casa del Amauta. Los y las intelectuales que concurrían, las discusiones. En ese mismo momento evoco la figura de Miguelina Acosta Cárdenas, la primera jurista amazónica que se recuerde, seguro que ella también acudió a esas tertulias. Sus convicciones feministas, su ardor por la causa indígena es lo que sobresaltó. Lo curioso es que todo lo que se toca rememora a la floresta ¿será el efecto mariposa?