Por Miguel Donayre Pinedo
Era domingo y una fina capa de lluvia caía sobre Lima, apenas se sentía pero mojaba todo lo que tocaba. El cielo no estaba para amigos. Decidí esa mañana ir al lugar de la memoria, “El ojo que llora”. Tomé un taxi y me llevó hasta el Campo de Marte, por el Ministerio de Aeronáutica, me dijo el chofer. No fue un dato bueno, la entrada más cercana es por la avenida Salaverry. Pregunté a uno de los serenos y me dio indicaciones para llegar y me topé en la breve caminata a un grupo de entusiastas de la gimnasia al aire libre. Bailaban y se meneaban, personas de todas las edades y sexo corrían a pequeños trotes. Ofertaban churros y no divisaba ese lugar de la memoria para no olvidar la violencia que nos asoló y azotó. Una canción de Lady Gaga inundaba un sector de ese gran parque donde se realizaba un festival canino. Llegué luego de preguntar varias veces. En el lugar tomé unas fotos y me salió al encuentro un guachimán que me dijo que no podía entrar porque la municipalidad lo había prohibido, le pregunté las razones y me señaló que mucha gente entraba a dañar y robar las piedras donde estaban escritos los nombres de las víctimas. Entendí la medida pero me pareció desproporcionada, logré persuadirlo e hice unas fotos más y vuelta a casa. Una pena que monumentos como estos la falta de civismo sea el protagonista.