Para algunos forasteros que por primera vez contemplaron la pelota ancestral, la de cuero indígena, unos espíritus tutelares, lúdicos o juguetones vivían adentro de esos esféricos. Y desde allí hacían saltar ese balón oriundo. Hemos invocado a esas ánimas del pasado al ver, a colores y lista para la cumbiamba, a la pelota oficial del mundial balonero o pelotero o futbolero del Brasil. Ese esférico moderno, hecho de caucho sintético, rodará sin descanso, se estrellará en parantes y travesaños, entrará al arco contrario o al propio arco y no estará en esa justa ningún malandrín de la pelotería perulera.
Confesamos que la ausencia de la sagrada blanca y roja, que a veces ser nutre de vino tinto y otros colores espirituosos, nos desgració la cena y la noche, nos confundió lejos ya de nuestro sueño mundialero y nos llenó de penares y rabias y broncas. Todo revuelto ya que nos veremos obligados a convertirnos en hinchas de varios equipos a la vez, para no frecuentar nuevas derrotas. Es decir, nos volveremos hinchas flotantes, esquivos, tránsfugas, porque en esta ocasión no queremos más desgracias. No queremos consuelos de jugar mejor que nunca y perder como siempre. No queremos empates de locales. No queremos perder en casa. No queremos culpar al árbitro, a la cancha, a la suegra de Toledo. Anhelamos ganar y ganar y ganar.
El nombre del balón de la justa universal parece una grosería, el anuncio de un nuevo ritmo parecido a la samba, canuta: Brazula. No sabemos qué significa o cuanto cuesta y que empresa se llevará el billete al fabricarla en exclusiva. Pero en estos días nos dedicaremos a suplicar a sus espíritus interiores que ilumine el contrariado destino de nuestra patria para que dentro de algunos años asistamos a una justa mundialista, aunque sea del ardoroso pisco.