Leía en una entrevista que caminar y estar en silencio, dependiendo el contexto del silencio, es una forma de resistencia. Aunque el silencio, en situaciones extremas, puede lindar con cierta complicidad. Con respecto al caminar sí lo tengo claro, el caminar sin tantos artilugios sobre los oídos, sobre el brazo que parecen quienes caminan unos mecanos medioevales y sobre todo ensimismados en su propia burbuja como casi despreciando el entorno. Bloqueando lo que el mundo les pudiera brindar. El caminar que cito es resistir a esa forma de vida individualista, que va ornamentada de tecnología superflua ¿se puede caminar o correr escuchando música? Al menos no podría, o uno o lo otro. Me refiero al caminar de manera clásica – si se puede llamar así, con un par de buenas zapatillas o descalzo y pensando sobre las historias de la vida (la vida de cada uno es una enmarañada historia, vivimos entre historias y tejiendo historias), mirando y escuchando lo que pasa alrededor. Disfrutando. Sintiendo el crujido de las hojas al pisarlas u observar a los pajarillos en pleno vuelo. Deteniéndose en los rostros de las personas que pasan, en sus mascotas. Hace unos días, a final de año pasado y principios de este, en esas jornadas donde las fiestas no nos dejan respirar, caminaba gozosamente en mis garbeos matutinos y me detuve en el rostro de una persona enjuta, vestía una chaqueta verde que combinaba con su gorro verde claro. A lo lejos daba el aspecto de un cazador. El pantalón era verde oscuro y de zapatillas de una marca conocida. Me llamó la atención por su paso ligero, casi iba corriendo y no caminando. Sus prisas le hacían casi levitar sobre el suelo ¿por qué tanta prisa? Cada retrato de una persona o personas hay que hacerlo en segundos, fracciones. Caí en cuenta que al lado llevaba a un perro esmirriado como él que corría como el presunto dueño, no sé quien hacía correr a quien. Sabemos que mascotas que conducen a sus dueños, estos están bajo la servidumbre o voluntad del can. Pero aquí parecía que había complicidad en ir corriendo. En esas miradas rápidas me di cuenta que ambos se habían mimetizado: tenían el mismo rostro de bocas trompudas, y muy delgados, vestidos de verde.

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