Regreso de aguateros 

Entonces, donde quiera que sea, en los centros o arrabales de la tierra, en las altas esferas o en los bajos condados, en los lugares públicos o en los sitios privados, hasta en la sopa cotidiana, sigue la corrupción. Es uno de los más terribles males que afecta a los más y que beneficia directamente a una avezada minoría. En el pasado se hizo tanto para combatir a ese flagelo. Y nada. Hoy en día, en este presente de cambiantes cosas, de ídolos de barro y de lodo, la cosa es tan dramática y escandalosa, que hasta las Naciones Unidas se puso las pilas y comanda la lucha contra esa peste. Entre nosotros, los incansables súbditos del Dios del amor, a la marmaja, la pendencia y otros deslices, la corrupción es más que un espanto.

Es un hecho corrupto que la empresa prestadora del servicio de agua potable viva siempre en carnaval. Es decir, racionalizando los grifos, quitando agua, evitando que se desperdicie lo que no existe. Todos vivimos en esa carencia, hundidos hasta el cuello en las tantas aguas que rodean a la bella ciudad ecológica. Es una broma. El reciente comunicado de Sedaloreto  sobre el cuidado del agua al final del homenaje al monarca Momo, nos parece un exceso, una aberración o una burla. ¿Qué líquido elemento se malgastó realmente?

El agua en la sedienta Iquitos no es ni para ti  ni para mí, lector amable o lectora de prisa. Es nuestra carencia perpetua, nuestro dolor sin término, nuestra queja que no enmudece. Es nuestra sed en carne viva, nuestro lado oscuro, nuestra desgracia mayor. Entre los infinitos ríos de la hoya selvícola no hay una sola gota de agua. Ni para muestra. Ante esa desventura fluvial, cerca al mar amazónico, solo nos queda como consuelo soñar con el regreso de los aguateros de antes. Solo ellos, con sus envases y sus animales cargueros, nos devolverán la dignidad acuática.