Por lo menos tres fuentes me confirman que existen colegas, periodistas claro está, que ingresan a un mundo de depresión interminable cuando son “atacados” en las redes sociales por gente desconocida y -los signos de estos tiempos- por anónimos que bajo el manto de la clandestinidad, se encargan de calificar a los demás con términos que bien podrían ser usados en la biografía de ellos mismos. Y es que –ya lo han escrito varios- los personajes públicos que andamos por los rieles de los medios de comunicación muchas veces estamos más expuestos que los propios políticos a la exposición de los actos públicos e impúdicos.
Las redes, como los volantes regados debajo de la puerta o las llamadas de teléfonos públicos o las bombas molotov en la puerta del domicilio, se han convertido en el refugio de los que no tienen pensamiento ni sentimiento. Y así hay que tomarlos. Por lo menos dos fuentes, no colegas esta vez, me han confirmado que los “trolls” reciben 20 soles y lanzan sus dardos a favor o en contra de cualquiera y que son los políticos –cuándo no- y las autoridades –para variar- quienes los financian.
Para quien desde los 8 años de edad ha estado acostumbrado a recibir mentadas de madre por su precoz recorrido por las canchas de fulbito ya las palabrotas son un aliciente. Para quien recibía frases llenas de odio e ira provocadas por los goles al equipo rival, las expresiones difamatorias y malévolas son el incentivo necesario para saber que el objetivo es el correcto. Para quien, recién iniciado en el periodismo, recibió una bofetada en uno de los diarios más importantes de la ciudad con un escrito hepático por supuestos vínculos con el Clero y las supuestas desviaciones de sus integrantes, las frases que lanzan los que apenas pueden transcribir dictados siempre recibirán la otra mejilla. Para quien distingue diáfanamente la política editorial de la informativa por principios formativos de la profesión no será difícil guarecerse de los dardos teledirigidos de quienes no tienen la formación mínima para este oficio.
Por más barbaridades que se diga en las redes no debemos olvidar nuestros deberes. He ahí el reto. Es difícil, sin duda. Más aún cuando a lo largo de las últimas tres décadas uno ha hecho de la profesión una convicción. Como ayer con la prensa escrita, hoy debemos utilizar las nuevas herramientas de la comunicación con esos mismos criterios. Porque al igual que en la literatura, los escritores podrán cambiar los instrumentos de escritura pero la calidad de sus obras siempre prevalecerá. Y eso solo se logra teniendo claro las metas, aunque a veces se metan los intrusos que sin saber leer ni escribir quieren convertirse en periodistas.