Mientras que un Nobel de Literatura está engarzado en las fruslerías de la sociedad del espectáculo concurriendo a corridas de toros y posando en las primeras planas de las revistas de corazón. Hay otro muy silente, mirada seria pero serena que va caminando a contracorriente de esta sociedad centrada en la persona humana, el consumo y la vanidad. El va enarbolando las banderas de la defensa de los animales como si fueran esta causa la alabarda contra las aspas puntiagudas de los molinos de viento -desde lejos parece al manchego Alonso Quijano, de cuerpo enjuto y lleno de ideales. Curiosa metáfora de los tiempos líquidos la actitud de estas dos personas de gran protagonismo social. Una tarde estival en el mes de junio fui a escuchar a J. M Coetzee una conferencia dentro de las actividades de Capital Animal en Madrid. No defraudó para nada. A los concurrentes nos relató una historia de su inolvidable alter ego Elizabeth Costello, quien aparece en sus novelas como aquella señora que defiende a estos seres de vida breve y que ella quiere dar testimonio del paso de ellos por este mundo. Elizabeth envía por correo a su hijo un paquete que contiene escritos sueltos, recortes de diarios, notas relacionado con las conductas, reflexiones de las personas con los animales. Hay una cavilación hecha con gran finura sobre Heidegger y las garrapatas, que es simplemente genial, de exquisita ironía. Una de las ideas de Costello era construir un matadero de cristal en el centro de la ciudad para que la población que consume carne se diera cuenta como sufren los animales. Con este relato leído por el mismo Coetzee sacudió las conciencias de quienes estábamos escuchándole en el auditorio, cumpliendo así su compromiso como artesano de la palabra.