En esta onda en la que me veo envuelto los últimos siete meses de mi vida una de las noches más entretenidas ha sido la del lunes 13 de enero en la sala de Gobernadores de Iquitos donde Enrique Rodríguez y Percy Vílchez protagonizaron –además de casi un centenar de asistentes- un debate ilustrado y provocador que podría ser el comienzo de una jornada permanente donde acuda la gente a decir su verdad sin renunciar a aquello que en su momento lo dijo San Agustín: La verdad no es mía ni tuya…, para que pueda ser tuya y mía.
Rodríguez ha dicho que el caucho es el eje central del imaginario social amazónico. Como si la fantasía fuese el motivo de las terribles condiciones en que trabajaban los indígenas y de las opulentas comelonas que devoraban los patrones vestidos de blanco. Pequeño error. Porque lo sucedido en las caucherías con indígenas como Katenere o lo sufrido por Benjamín Saldaña en las calles de Iquitos no es producto de la imaginación. En su afán casi enajenado por defender a los caucheros –derecho que nadie le discute- Rodríguez eufemísticamente acude a los cuerpos de los nativos que tienen huellas de cepo para negar las matanzas que ya nadie puede ocultar. Lo de los asesinatos ya nadie discute. Solo falta –tarea complicadísima- determinar cuántos indígenas murieron en nombre del progreso. Si fueron 30 o 40 mil. Puede haber sido uno y seguiría siendo igual un crimen.
De igual forma el provocador –bienvenida sea esa condición porque personas con esas condiciones necesitamos en Iquitos- Rodríguez intenta menospreciar el trabajo de Ovidio Lagos y sus editores acusándolo de hacer eco de un sicosocial antipatriota en perjuicio del “defensor de la peruanidad” que muchos atribuyen a Julio C. Arana. Y comete un exceso al pedir que el autor argentino mejor se dedique a vender salchichas en su patria cuando lo que él y otros deberíamos hacer es precisamente superar con estudios exhaustivos el trabajo del autor de “Arana, rey del caucho”. Es verdad que los caucheros estaban conectados a la economía mundial, como sostiene Rodríguez, y que la comida internacional se mezcló con la nuestra y se produjo mucho antes de la moda gastronómica que nos invade la fusión. Más allá del queso holandés y de los productos llegados desde Portugal e Inglaterra no se debe soslayar que se avasalló nuestras especias porque los dominantes consideraban que lo de afuera era mejor y lo oriundo tendría que pasar a un segundo plano. Y esas condiciones se han acentuado actualmente con esporádicos intentos por mantener la comida oriunda. Y ya sabemos que desde la gastronomía se puede trabajar la identidad.
Todos tenemos nuestra verdad y hay que defenderla sin caer en el insulto o la frase insostenible. Con apasionamiento, conocimiento y respeto hacia la verdad –o mentira- ajena. Que sigan las provocaciones.
QUE SALUDABLE ESTE TIPO DE CONVERSACION SIEMPRE IQUITOS ES EL REFLEJO DONDE EXISTE UNA CULTURA DE PAZ, PERO QUE SE DEBERIA PEDIR PERDON ALOS INDIGENAS POR LOS CRIMENES QUE SE COMETIO SALUDOS A IVAN UN EXTRAORDINARIO PERIODISTA
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