La vida en la mayoría de sociedades del siglo XXI tiene el aspecto de una llaga – lo digo con la repulsión que trae solo pensarlo – o quizá como “morirse de un infarto” diría Martín Caparrós. Al menos, en eso termina el descontrol que da como resultado las aspiraciones forzosas o el compromiso paupérrimo de ser “ciudadanos” responsables.
Se murmura o grita con frecuencia de corrupción o desigualdad. En cada instante. Incluso, las trasnochadas fiestas de amistades han sido espacio para tertulias insuficientes. Las cifras sobre la riqueza mundial generan indignación. Saber que ocho personas sean capaces de controlar la mitad de la riqueza mundial, o que 5 (pueden ser unos cuantos más) tengan un tercio de la existente en el Perú. Un congreso de la República donde sus protagonistas despilfarran – sin menor rastro de compasión por el sacrificio diario de la población – el dinero obtenido por el cobro de impuesto a todos los peruanos. Un presidente que intenta mostrar austeridad y no hace más que ser un títere de los “lobbies”. Un pueblo dormido que atiende (hasta con su vida) cuestiones que despiertan su alegría momentánea e ignora (hasta olvida) la sumisión perpetua en la que ha terminado. Nadie sabe desde cuándo.
[Terminando de escribir los párrafos anteriores quedo sorprendido por todo lo escrito en ello. Tal vez, sea preocupación o lastima – no entiendo el porqué de esa reacción mía – más que la sorpresa]
Existe en el pensamiento y la razón una suma importante de olvido y locura. Debería saber cómo se logra el proceso de producción de los textos que escribo, de acuerdo a la suposición, sin embargo, no encuentro alguna explicación para el nacimiento de las ideas.
Puede surgir tras ver la escena de una serie o una película, de una imagen espontanea que se crea en mi mente, de una frase leída en algún lugar o dicha por alguien en alguna circunstancia, o de la melodía de algún hit musical. Nunca es anticipado ese nacimiento de ideas. Nunca se presenta ese origen en las mismas situaciones, pero si la sensación de rareza es la misma o casi igual en todas ellas.
No creo que sea causa alguna de una enfermedad mental. Esto es lo que pienso hacer hasta que la lucidez de mis días me permita.
He llegado a decidir nunca renunciar a la Carta (en papel) como el medio para expresar lo que pienso, siento y anhelo sobre alguien o algo. Me llegaron a decir desubicado cuando ofrecí como opción de comunicación la redacción de una carta, donde el amigo refleje todo su amor por ella, pero, una conversación en WhatsApp es más “moderno” que mi propuesta.
Entonces, escribir en papel: un poema, una carta o un relato breve sea un pasaje a lo antiguo hoy en día, por eso que me sumerjo en lo nostálgico, llegando a alcanzar un estilo súbitamente anacrónico.