Políticos tóxicos

Quería escribir sobre un tema diferente, pero este calor es insoportable. No es apropiado escribir sobre política cuando tu cerebro está esforzado en soportar los 40 grados de calor que en este momento agobia la amazonía peruana. En mi niñez caminaba más de 12 kilómetros un día a la semana llevando víveres al campamento carretero de mi padre, a pleno sol por una vía enripiada que acentuaba la calentura propia de la selva tropical, pero no tengo memoria de una temperatura tan llameante como ésta, ni de una radiación tan intensa, y por eso mismo, tan nociva como la que soportamos los habitantes de esta tierra. Ésta ha sido desde allende los tiempos una tierra calurosa, pero la sensación térmica hoy es diferente, se percibe que la sequedad y el bochorno es más extremado que antes. El análisis de la serie histórica de temperaturas en los últimos cincuenta años seguramente puede corroborar lo que estoy afirmando.

Pues bien, me preguntaba cómo escribir en este calor abusivo sobre la comparecencia dictada contra dos ex congresistas humalistas acusadas con pruebas contundentes de estar vinculadas al cultivo ilícito de la hoja de coca, y, por ende, asociadas al favorecimiento del narcotráfico. Por fin las van a juzgar. La temperatura se me sube a la cabeza de sólo pensar que estas dos madres de la Patria tienen algo que ver con los insumos químicos que se emplean para la elaboración de la pasta básica de cocaína y que han contaminado corrientes de agua que nadie denuncia, han hecho daños que se silencian y han deforestado millones de hectáreas de bosque amazónico que algunos ambientalistas han callado en todas sus letras sólo porque quienes facilitan el florecimiento de ese clandestino negocio forman parte de supuestos movimientos o partidos políticos “progresistas” o “revolucionarios” como es el caso de las dos congresistas.

Cuando pienso en ello, necesariamente pienso también en la responsabilidad de los consumidores. Estos no sólo están en Europa y Estados Unidos, están en el Perú, han sido y son presidentes, congresistas, empresarios, ministros, gente importante. Si como dicen las investigaciones, cada kilo de cocaína significa la deforestación de varias hectáreas de bosque clímax, me pregunto cuántas hectáreas de bosque amazónico se habrá llevado de encuentro en cada coqueada orgiástica cierto ex presidente que según su propia confesión cobra 150 mil dólares por conferencia dictada. Cuántas hectáreas de floresta se habrá jalado cierto ex ministro de justicia que algún día caminará errante en el purgatorio a donde según la creencia católica van las almas compungidas de pobres seres que en vida hicieron del odio y la arrogancia su blasón distinguido. Cuántas hectáreas de selva verde se habrá halado en respiradas profundas con nariz prendida el hermanísimo del presidente de la República por cada noche de hora loca carcelaria etnocacerista.

Ahora, de que mencionemos ciertos personajes políticos de nivel nacional, algunos folklóricos, cierto, no quiere decir que en el nivel regional y local la cosa esté mejor. Tengo noticias de varios presidentes regionales, consejeros, alcaldes, regidores y funcionarios coqueros. No me consta, ciertamente, pero considero que con el saludable propósito de separar la paja del trigo, la ley y la ciencia deberían imponer un sistema o un procedimiento de control de aspirantes a dirigir los gobiernos en todos sus niveles. Además de los requisitos de nacionalidad, de edad, de no tener sentencia condenatoria por corrupción u otro delito, la legislación debería prohibir que los coqueros candidateen o sean nominados para asumir funciones de gobierno. Bajo el lema de ¡coqueros, no! o ¡coqueros, stop!, todo postulante a algún cargo público debería ser sometido a una prueba de consumo de cocaína.

De esa manera evitaríamos que lleguen al gobierno hipócritas que por la mañana pueden estar impulsando o desfilando en una marcha en defensa del bosque o promulgando un dispositivo para salvaguardar las cabeceras de cuenca, mientras en la noche del mismo día, usted los tiene muy encantados despachándose unos cuantos gramitos de color blanco que a ellos les causa aceleración sanguínea y alumbramiento mental, pero al bosque le ocasiona deforestación, precariedad de suelos, y a los ríos contaminación, tristeza ictiológica. De ese modo, cerraríamos el paso, con criterio justo, a aventureros de la política que no tienen reparos para engatusar a la gente con posturas de mundano arrepentido con ayuda de mercaderes del evangelio, mientras van esperando el momento de su respectiva dosis de humo blanco que les hará sentirse unas madonas o, tal vez, unos justines con contratos hasta mediados de siglo.

Lo que estoy planteando es que debemos jugar limpio. Más o menos como en el fútbol, especialmente en los campeonatos más resonantes, donde es obligatorio realizar el control antidoping, que no es más que unas pruebas que tienen por objetivo detectar la presencia de sustancias extrañas en el organismo del deportista, de manera que se garantice a la hinchada que los que entran a la cancha están jugando limpio. Si ello es obligatorio en el deporte, pregunto con toda lógica por qué razón no puede ser de carácter ineludible, forzado, imperativo, un control antidoping en la política. Un certificado de no ser consumidor de cocaína debería tener, para todos los efectos, un valor igual o mayor que un certificado de antecedentes judiciales. No es un tema de salud física o mental únicamente, o un asunto de consumo ilícito simplemente, sino un compromiso real de defender el bosque amazónico, sus suelos, sus aguas, su fauna y su flora.

Parece que al final terminé escribiendo sobre política. Sí, pues, este cambio climático, este calor insalubre, esta temperatura nociva, tiene sus responsables en grandes corporaciones petroleras, mineras, en el extractivismo e industrialismo irresponsable, pero tiene también sus responsables en determinados individuos: los políticos tóxicos. No podemos dejar de decirlo, más aún si el calor llega, como hoy, a 40 grados bajo sombra.