El poeta amazónico Carlos Reyes Ramírez, nació en Requena en 1962, pertenece al legendario Grupo Cultural Urcututu, junto a otros destacados escritores de la Amazonia peruana. Ha publicado varios libros de poesía luego de ganar el prestigioso Premio Copé en 1986, a la edad de 24 años con su opera prima Mirada del búho. En el ejercicio del torturante, gozoso y comprometido oficio de la poesía continua hoy en día, no ha desertado del fosforescente vicio de la escritura, ni ha claudicado al buscar el facilismo para la publicación en cualquier parte. Nosotros tuvimos acceso a su personal archivo y recibimos el brillante poema inédito. El siguiente poema es un sentido homenaje a la amistad que perdura, a la vigencia de la poesía y del grupo, a la vida misma, en suma.

 

MIRADA A UN POETA DESDE UN ÓMNIBUS LATINOAMERICANO  

Amo las ciudades arruinadas:

 palacios de vejeces, torreones muertos,

 villas arrasadas, dominios sumergidos,

 hostales del hombre sin salvación,

 pero vivas en su instante.

Percy Vílchez Vela

 

¿Quién diría que se dirige hacia lo nunca conocido, en busca de la Utopía, al núcleo del Big Bang, en el inicio del todo?

¿Quién diría que el ómnibus es apenas un insecto metálico transportando a un poeta soberbio de alegría?

¿Quién diría que sus bolsillos están llenos de arcilla, de estrellas fugaces, de vírgenes ateas?

¿Quién diría que juntos bebimos el ron más fuerte, hasta el amanecer, tratando de arreglar los entuertos del mundo?

¿Quién diría que fuimos cuatro y luego tres y matamos la tristeza cuando el derrumbe era lo cotidiano?

¿Quién diría que su rostro es un vuelco rápido y su voz aullido de hombre/vecino de Túpac Amaru, la barriada que fundó mi abuela?

¿Quién diría que su madre/mi madre no se encontraron siendo supernovas en explosión constante?

¿Quién diría que naceremos de nuevo sobre un bosque que se consume de su propia riqueza, de su grandeza?

¿Quién diría que las calles desoladas, las callejuelas cálidas, serán nuestras bibliotecas, nuestro hogar sagrado?

¿Quién diría que siempre amaremos a las muchachas de pueblo aunque nos odien los gobernantes?

¿Quién diría que al fragor de la noche compartimos poemas junto a gallinas y gatos de la casa?

¿Quién diría, compadre, que esta sopa planetaria es nuestra y tenemos que beberla aunque nos cueste la vida?

¿Quién diría que los amigos están más lejos y más lejanos cada día a pesar del desarrollo y la tecnología?

¿Quién diría que la antigua Facultad, escondida en las fronteras de Iquitos, sigue en pie como un floreciente árbol de caoba?

¿Quién diría que los limoneros cobijaron nuestros sueños hasta que los hongos se comieran las hojas y los tallos?

¿Quién diría que la risa del hombre florece en el campo junto a las campanillas, el llantén, y el piñón que mata los vermes?

¿Quién diría que el mundo gira sempiterno, ovoide, semejante a cáscara de primera eclosión de reptiles y aves?

¿Quién diría que somos huérfanos de padre y madre progenitores de una generación de niños confundidos?

¿Quién diría, poeta inubicable, laberinto de lo cotidiano, cigarrillo de pescador entumecido, quién diría que apenas hemos nacido para el mundo?

¿Quién diría que en la fragua del orfebre somos metal que revienta, la palabra inédita que se publica?