[Cuentos amazónicos, de Juan Carlos Galeano]:

Escribe: Percy Vílchez Vela

 

El cacique omagua Paraita era un gran andador de caminos y de distancias, era un eximio navegante y no había río que se le opusiera y era un infatigable contador de historias. Era 1621 cuando el misionero Pedro Limón le pidió que le hablara de las legendarias amazonas. Ni corto ni perezoso, el oriundo narró con lujo de detalles sobre esas damas del bosque y las aguas. Luego, cuando esas hembras nunca fueron halladas, el hablador indígena fue acusado por el misionero de invencionista o embustero. Nada de eso. Lo que sucedió es que el cacique hizo funcionar el ancestral mecanismo que fundó la galería de seres imaginarios de la fronda. El error del jesuita fue tratar de encasillar a las criaturas referidas por el líder nativo dentro de las categorías de existencia o inexistencia, de verdad o mentira.

En el ignorado reino de la sabiduría chamánica los seres del imaginario selvático existen y son. Un experto curandero, luego de años de aprendizaje constante, puede tener a su servicio a sendos yacurunas, por ejemplo. Esos seres del agua, que habitualmente pertenecen a la vida cotidiana en la inventiva de los narradores orales, se convierten en entidades al servicio del chamán y en las visiones aparecen como portadores de mensajes, de curaciones, de castigos. Lo cual significa que influyen en lo real y visible. Ello hace más complejo la palabra imaginario en la fronda de siempre.

Lo que empobrece ese fascinante mundo es la indigna literatura que todavía se publica por estos predios, donde ciertos libros malos repiten burdamente las historias orales. Como calcadores sin iniciativa, como tontos repetidores sin mayores luces, son incapaces de transformar la materia recibida. Ajenos a la invención, lejos de la creatividad, esos bodrios son deleznables porque impiden un mejor conocimiento de ese universo sagrado. El libro del poeta, traductor y catedrático universitario Juan Carlos Galeano, Cuentos amazónicos, liquida ese desvarío de escribas de medio pelo, porque entrega al lector otra visión del imaginario verde.

Desde antes de la navegación europea por el Amazonas, los seres del imaginario ya recorrían su cauce o sus orillas. En las memorias germinaban como salvadores o amenazas, y Pedro Mártir de Anglería fue el primero que se refirió a esas entidades con exageraciones, con distorsiones. Las criaturas que imaginó fueron dejadas de lado por Bartolomé de las Casas, el segundo cronista que escribió sobre el grande río. El tercer cronista, Gonzalo Fernández de Oviedo, renunció también a esos seres y solo escribió lo que le contó personalmente don Gaspar de Carvajal. Allí estaban las amazonas que en realidad reemplazaron a las otras criaturas imaginarios del bosque de entonces. Luego vinieron otros cronistas que consideraron que esas criaturas eran seres de las sombras. Todo se perdió en el malentendido o en la ignorancia que dura hasta estos días.

El libro de Galeano retoma esa apertura olvidada, la de Pedro Mártir, y asume el recorrido del Amazonas, con sus afluentes y confluentes, para diseñar otro territorio y no el habitual segmentado por hitos de frontera que circundan a los llamados países de la fronda. Es decir, funda o refunda un continente de color verde habitado por los seres del imaginario. Los relatos fueron recogidos de diferentes hablantes o habladores en una ardua y paciente labor que no desdeñó el arriesgado viaje. Los cuentos luego fueron redactados por Galeano con mínimos agregados como respetando el testimonio inicial. De esa manera, con sus coincidencias o diferencias, esas criaturas quedan estampadas en el papel como si estuvieran todavía dentro de lo oral. Así se convierten en una fuente inmejorable para comprender la vastedad de la invención popular selvática. Además, y lo más importante, podrían convertirse en materia prima para la escritura del futuro.

Es frecuente escuchar entre nosotros un cierto desdén por los personajes del imaginario selvático. Los malos relatos escritos con torpeza posiblemente expliquen esa conducta. Pero ello es un error. Ese mundo todavía es una veta virgen. Nadie todavía ha logrado recrear o reinventar a esos seres dentro de los límites o desbordes de la escritura. Y esa ausencia es una resta puesto que en esos individuos fabulosos está codificada la llamada visión amazónica, el pensamiento selvático. Es decir, esa manera peculiar de contemplar de una manera diferente el mundo y la vida.

En la novela El rodaballo Gunther Grass transforma un cuento oral antiguo, que en algún momento fue recogido por los hermanos Grimm, en una obra maestra. En el paso de lo verbal a lo escrito, el pez cazado por el pescador deja de ser repetido como hecho conocido en la fábula alemana para convertirse en el centro de la narración. Es decir, se transforma sin perder su esencia. Ese acierto estético de Grass en la conversión de un suceso oral podría ser un aporte importante para los escribas amazónicos que quieran dejar el realismo o el realismo mágico. Y en ese posible intento el libro de Galeano podría ser de gran ayuda, pues los seres del imaginario están allí, sin transformaciones, como si recién salieran de la fábula.