Por: Gerald Rodríguez. N

Siempre estoy llegando a Iquitos como tantas veces me despido de ella. Digo mi ciudad, y la veo sucia, descuidada, como antes, como siempre, su historia; todo Iquitos, sucia, su pasado y su presente; Iquitos, mi sangre guarda los genes de sus ríos, llevo un pedazo de tierra en mi corazón. Iquitos, un sueño, una pesadilla, ¿qué digo cuando digo Iquitos? ¿Iquitos la horrible?, ¿Iquitos, ciudad de ensueño, la casa del dios del amor? Absurdo, la Isla Bonita, simplezas.

Iquitos es más que una determinación fácil o retórica, Iquitos, una ciudad sobreviviente de los avatares de una historia por descuido, en medio de la selva peruana.

Los iquiteños, a lo largo del tiempo, hemos estado inventando cosas de la ciudad, como que su fundación es el 5 de enero, que es la Isa bonita, que es la ciudad más exótica del país, que por sus pies pasa el río Amazonas, y todo esto para sentirnos orgullosos de este pedazo de tierra donde se conjugan culturas occidentalizada y originarias. Diferentes peruanismos cruzan sus calles y habitan sus casas. Iquitos oculta su tranquilidad en la sonrisa de su gente que cada vez se va perdiendo por la invasión de un criollismo limeño, de ese criollismo que definía Salazar Bondy, que lo acultura y lo minimiza dentro de su propia cultura. Pero Iquitos sigue siendo feliz olvidándose de sus orígenes, de sus épocas de bonanza y matanza, es feliz olvidándose de sus autoridades que la desmantelaron como ciudad, que nadie hizo por embellecerla y convertirla en la cuna del progreso y el desarrollo. Pura mediocridad sus alcaldes, pura mentira esos gobiernos que la embistieron con mentiras. Iquitos es feliz así, y no lo dejará de ser porque el iquiteño se ha acostumbrado, como el peruano, a la mentira, a la ruindad, a la mediocridad, a la traición; pero Iquitos es feliz como una ciudad bulliciosa, y yo que me siento orgulloso de infectarme de la tonelada de dióxido de carbono que riega por donde se pasea.

Iquitos es esa ciudad donde la selva está a nuestro alrededor con una tonelada de plástico que flota en sus ríos. Desde sus orillas de visualiza la hermosa selva, pero es fácil correr porque en la esquina hay un cúmulo de basura que la gente tira sin medir el horario de recojo, es peor si la empresa no recoge la basura porque el municipio no le paga. Iquitos, tan hermosa y tan fea, nos hemos acostumbrado a vivir así con ella, y aunque no sea parte de nuestra cultura la cochinada y la suciedad, nos sentimos orgullos de su nombre, pero no hacemos nada para mejorarla, desde una pequeña voz de protestas, y un cambio de actitud. Entonces, veo que soy iquiteño de nombre, mi corazón siempre ausente de la ciudad, lejos siempre, llegando y despidiéndome de ella como un marino.

Nuevamente me despido de Iquitos, no sé cuándo volveré, pero mis recuerdos están repletos de muchas cosas que viví allá, y me sentiré feliz nuevamente al llegar a ella, para llenarme de sus problemas, intentando analizarla y comprenderla, y me dirán que no soy de Iquitos porque no iré a bailar en sus sábados culturales, porque no saldré a deleitarme de sus calles sucias, dirán que no soy de Iquitos, por escribir esto en un diario iquiteño. Olvidémonos a solas, Iquitos.