Todo por el balón
Por Miguel Donayre Pinedo
Uno de los aspectos que me cuesta entender es que en los mundiales de fútbol (por lo general) levantan nacionalismos hueros. Hay toda una liturgia en esa gran maloca que son los estadios de fútbol. Primero se cantan himnos nacionales, se levantan banderas (parecen gestos fascistas) que abruman a cualquier espectador. A mi me parece, particularmente, que arrimarse a una bandera es esconder las grietas más de fondo. Es muy curioso que en mi estancia en Perú en el partido de México con un equipo africano, un señor de buena onda, me dijo que estaba con México porque es latinoamericano ¿qué? Me sorprendí, le dije que yo estaba por ese país africano. Me miro casi mentándome la madre o si fuera un traidor a la causa latinoamericana. Le pinché en su autoestima latinoamericana a posta. Igual pasa con Argentina (vendió armas en pleno conflicto con Ecuador) y Brasil (que nunca mira a la floresta), pero la gente sigue con sus preferencias por esos equipos y las respeto. Estos episodios deportivos fomentan, inconscientemente, una “fraternidad” latinoamericana que no existe ni en los mejores sueños húmedos de Haya de la Torre. Quería que ganara algún equipo africano y ninguno pasó a las semifinales. Así es el fútbol. Asimétrico. De alegrías. De perdones coyunturales. Injusto. Humano, finalmente.