Cualquier persona que nace en la Amazonía, por esas cosas de la lotería social, no puede mirar al otro lado ante las injusticias que asolan por sus bosques y aguas. Sería torpe. Negarlo es negarse a sí mismo. Los que moramos en el marjal vivimos bajo una eterna paradoja. Los ubérrimos bosques de diversidad biológica cobijan poblaciones empobrecidas y con acceso a derechos sociales muy limitados y con derechos individuales con serias afectaciones. Como primer dato tenemos que hay una gran dependencia con la naturaleza y su entorno. La política estatal que se ha implementado alrededor de los recursos naturales ha sido bajo la filosofía de la extracción de estos también conocida como el extractivismo. Esta política se puede explicar, apretadamente, como la extracción intensiva de los recursos naturales, con bajo o nulo procesamiento de estos y destinado al mercado exterior.  Pero el extractivismo ha generado también cierta forma de expresión de cultura muy arraigada en la floresta, por ejemplo, el pan por hoy y hambre para mañana. Donde los recursos materiales y culturales se dilapidan en un santiamén sin proyección ni perspectiva. Esta lógica de intervención de los recursos naturales ha tenido su mejor expresión en la explotación cauchera. Como ya conocemos con gran pasivo a los recursos que se extraían y a las poblaciones locales de los bosques. Fue un zurriagazo del que todavía no hemos despertado y si lo hemos hecho todavía estamos dando palos de ciego. La explotación de la goma fue un extractivismo de libro: intensa de la goma (se podría decir hasta desmedida, sangrienta y despreocupada), en bruto (sin procesar el producto) y cuyo destino era el mercado exterior. Sabemos cuál es el resultado: una política muy endeble a la larga. Luego de la bonanza, de pocos años, vino el derrumbe. El período postcauchero fue de gran depresión que poco se ha apuntado. Hemos señalado como una característica del extractivismo a la despreocupación en todos los ámbitos como el institucional. Lo digo porque las semillas de la goma, producto de la biopiratería, fueron sembradas en las colonias inglesas en Indonesia y alrededores trayendo como consecuencia el derrumbe de su cotización. Esta despreocupación, de paso, mostraba los graves síntomas del estado oligárquico/patrimonial que vivía Perú en ese entonces (¿todavía?). Pero la explotación del caucho que fue una de las intervenciones más brutales del capitalismo global de inicios del siglo XX (el imperio inglés tuvo su hombre de paja en estas tierras como actúa, muchas veces, el capitalismo periférico) en la floresta ha dejado una herida abierta que no ha cicatrizado y poco hemos aprendido. Lo más grave es que ese dolor de casi un siglo no lo hemos verbalizado a fondo. Hay mucho por hacer.

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