En mis garbeos matutinos un niño pasa por mi lado como un cohete montado en su monopatín y lleva una camiseta que dice en letras grandes y notorias: Nada me frena. El estaba empeñado en su patinete y sorteaba peatones y bancas del parque con mucha habilidad. Ignoraba las protestas de las personas mayores que paseaban como yo. Seguía caminando y esas palabras me daban vueltas en mi conciencia ¿qué quería decirnos ese muchacho con esa frase? ¿Era sólo una referencia al patinete?, ¿era una actitud ante la vida?, ¿ese niño tiene padres que viven bajo ese lema y lo alientan? En verdad, que la frase me cierto escalofrío, era una muestra de lo que se vive hoy. Se exprime el individualismo, desde muy pequeños, de una manera asfixiante sin importarnos, cívicamente, los demás ¿se puede decir a un hijo o hija que nada le frena (esa frase no es útil ni para las batallas deportivas)?, ¿dónde están los demás y el juego limpio?, ¿les importa algo mininamente el entorno en el cuál se desarrollan? Así andamos desatados y sin ningún límite y por qué sin frenos sociales ni límites ¿Así nos están educando? Estamos potenciando y alimentando a seres con un egoísmo superlativo y ninguna brida ¿esto es socialmente bueno?, ¿se puede alentar a la solidaridad y a la compasión por el otro? Con esos epígrafes de una inocente camiseta me preguntaba que este huambrillo ¿sabrá respetar las reglas de juego o se saltará ellas en busca de ese beneficio malsanamente utilitarista? Como sociedad hemos ido huyendo de la tribu, del clan que desaparecía a la persona como tal para dar paso a enaltecer al individuo desaforadamente. Las magras experiencias del “socialismo real” han dado por buenas la exaltación del individualismo. Vamos de un extremo a otro sin ningún criterio. Así vemos que surgen líderes políticos que “casan” con tales discursos. Eso es muy peligroso para la convivencia.

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