Por Miguel Donayre Pinedo

No es una gran película, pero es una película que desgrana las ilusiones cotidianas. Se mete en las rendijas de la existencia y deja un buen sabor de boca. Una pareja de novios están en París. Él con la idea de escribir una novela y ella de disfrutar el boato de la ciudad, de la cultura del lugar poco. Es más, a los padres de la novia la ciudad le da repelús. Mientras ella prefería ir de marcha, él, Gil aprovecha de husmear la ciudad. Disfrutar de sus esquinas, cafés, bares, perderse en la ciudad luz. En esos paseos, gracias a la magia de la ficción, se le ve caminando en pleno furor de la generación perdida en París: Hemingway, Stein coinciden con Buñuel, Dalí, Picasso. Vive la bohemia de la época. Eso añoraba Gil, el personaje principal. El deseaba vivir en esa Edad de Oro, la actual no la digería fácil. Se le hacía cuesta arriba. En esas huidas al tiempo pasado se encuentra con una guapa mujer (Marion Cotillard) que le dice que esa época de la generación perdida no es la que más le gusta sino la Belle Epoque y viajan a esa época. En esas rupturas de tiempo Gil entiende que debe dar un vuelco a su vida. Estaba a punto de casarse y decide romper el posible matrimonio y se queda en París. Entiende mejor que la Edad de Oro no es la que pasó sino la que estamos viviendo y hay que disfrutarla.