A veces llega al extremo -jerárgicamente incorrecto- de hacer exactamente todo lo contrario a lo que el jefe le pide. Algunos -los mediocres y demás- llaman a eso malcriadez y desacato. Yo le llamo virtud y en nuestras charlas se lo hago saber, aún sabiendo que eso eleva el ego que lleva dentro, como todos.

A veces, muchas veces, estar de pasajero en la moto que conduce Salvador Lavado Rengifo es, literalmente, insoportable. Quienes, al igual que yo, han tenido esa condición, pueden dar fe de ello. Putea contra todo el mundo. Gramputea contra los motocarristas que se pasan en luz roja, es decir todos. Grita contra los transeúntes que no saben cruzar por las esquinas y, sus palabras, podrían catalogarse como discriminatorias. A pesar que es un suicida en el volante, trata de cumplir las elementales reglas de tránsito. No exagero si escribo que debe ser el más fiel cumplidor de las normas urbanas, tanto así que le produce rabia ver que otros boten las semillas de aguaje o cáscaras de sandía y demás frutas en las pistas y calles.

Hace algunos años hizo trabajos eventuales para el programa de televisión que conduzco. Hace años se fue a Israel para tratar de vivir mejor. Y, aún viviendo mejor, se regresó a Iquitos por un motivo mayor: estar junto a su madre. En esa vuelta nos reencontramos y, como siempre hago las cosas, de broma en broma le dije a Jaya Weisselberger que le transmitiera la intención que sea reportero de calle para, acéptenme la grandilocuencia, “la primera plataforma informativa de la Amazonía Peruana”, proyecto en el que nos embarcamos un grupo de locos. Es el mejor reportero de la calle que he conocido. No es periodista, según él mismo dice y, en verdad, nos hace un favor a los del gremio, aunque él cree que nos fastidia. Por lo menos a este articulista, no. Y entre broma y broma, ambos hemos caído en la cuenta que ha permanecido más tiempo de lo que ni Jaya se imaginaba. Tanto así que hoy Jaya ha vuelto a Israel con la promesa que él también lo haga en un tiempo indeterminado aunque malicio cuál es su determinación. Pero se ha quedado en Pro & Contra, ojo no por Pro & Contra.

Como hemos ido alargando la relación laboral, su trabajo inicial se ha ido ampliando y hasta conductor matinal se volvió. Tiene una condición infrecuente en los reporteros de la calle y quizás por eso se ha mantenido: no es borrego, piensa luego existe, contestatario llegando al absurdo y lo máximo: pregunta lo que quiere a los entrevistados, sean estos vendedores del mercado o autoridades regionales y nacionales. Demás está decir que las expresiones más valiosas, periodísticamente hablando, de todo el último período en el que estoy en la televisión de Iquitos han sido gracias a su trabajo. A veces llega al extremo -jerárgicamente incorrecto- de hacer exactamente todo lo contrario a lo que el jefe le pide. Algunos -los mediocres y demás- llaman a eso malcriadez y desacato. Yo le llamo virtud y en nuestras charlas se lo hago saber, aún sabiendo que eso eleva el ego que lleva dentro, como todos.

Mientras él prepara su retorno a Israel y se demora más de lo necesario y provoca la necesaria molestia de su amada, hemos hecho varias locuras. Mejor dicho, él las ha hecho y ha recibido mi apoyo entusiasta. La penúltima fue el retiro de banderolas de la vía pública, luego de la cual nos hemos confundido en un tierno y sincero abrazo de camaradería. Y es que, serio, hasta de darnos francos y sinceros abrazos nos hemos olvidado los humanos, en esta carrera deshumanizante. Como él tiene a su esposa -suena cursi, ¿no?- muy lejos y yo a la mía muy lejos, no han sido pocas las veces que hemos salido en las noches. Él no toma licor, yo sí y a veces en exceso. Como él no puede convencerme que el licor es innecesario, una de esas noches le convencí que debe tomar unos chilcanos y, porque el licor es así, me ha confesado cosas que solamente él y otra persona sabía. Aunque no me cree que guardaré ese secreto hasta que él ordene lo contrario, pienso que sí lo haré. ¿Saben por qué? Pues considero que en él he encontrado a un nuevo amigo, cincuentón como estoy se entenderá que tengo una visión distinta de la amistad.

Y en estos últimos días me ha involucrado en sus locuras de amor por Iquitos que, creo, ha consolidado mi respeto hacia su persona y su comportamiento. Y, mientras elaboraba el artículo semanal que mi indisciplina me autoimpuso, me detuve: ¿estoy chateando con Salvador y ni siquiera nos hemos felicitado por el día de la amistad? ¿Será que ambos no creemos en esos formalismos y detestamos el protocolo?. Así que dejé a Claudia Cardinale, Eloisa Soto, Augusto Falconí y demás protagonistas del filme “Fitzcarrald” para otra oportunidad y decidí celebrar el día de la amistad con estas letras hacia alguien como Salvador que, considero, es uno de los tantos buenos que existen para que los malos sobrevivamos.

Porque en esta crisis globalizada es bueno encontrar amigos que te digan tus errores de frente y destaquen tus virtudes en tu ausencia, antes que aquellos -que son la mayoría- que te alaban en la cara y despotrican a los pocos metros. Gracias por ser un amigo en estos tiempos, bombero, y no escribo alguna rima porque nuestras patronas Jaya y Mónica nos pueden reñir, a mi por escribirlas y a ti por permitirlas. Y no faltarán aquellos que digan que buena parte de lo aquí expresado es una completa mariconada, sin detenerse a pensar que los de esa condición son precisamente ellos por no atreverse a expresar sus pensamientos/sentimientos creyendo, equivocadamente, que los hombres carecemos de los mismos.