Las fiestas de fin de año sirve muchas veces para reunir a la familia- los diarios y otros medios de comunicación ante este mega evento familiar suelen hacer recomendaciones para limar asperezas y roces con los otros miembros de la familia. Fácilmente pueden publicar un manual para estas fiestas, el blanco preferido es el cuñado sabelotodo y que todo lo discute, lo cuestiona. Se hacen caricaturas hirientes sobre ese (intruso) miembro familiar ¿acaso no es una alergia endogámica tan de estas tierras? De un lado estimulan o promueven reunirse con la familia y del otro te alertan y ponen las bridas para que ante una discusión entre la familia no llegue la sangre al río. Mientras tanto la publicidad sigue mostrando a la familia feliz abriendo los juguetes – aquí abren doblemente los juguetes en Navidad y en el día de Reyes, ¡viva el consumismo! Son las contradicciones cotidianas promovidas por el sistema en el que estamos envueltos, por eso, los fines de año hay que hacer poco o nulo caso a la tele y sus ñoñas sugerencias. Existen muchísimos modos de pasarlo sanamente. Este año a alguien se le ocurrió mirar las fotos de la familia. Sí, aquellas fotografías en blanco y negro o a colores que están guardados en una vieja caja o en álbumes que guardan una parte de la memoria visual de nuestras vidas. Y al revisarlas nos dimos cuenta que del paso de la foto impresa a la era digital algunos miembros de la familia, sobre todo los más jóvenes, apenas había fotos de ellos. La memoria líquida. Esa memoria que se diluye hace su aparición. Casi toda o gran parte de esa memoria colectica en imágenes están en los móviles o cámaras digitales y dan un poco de pereza llevarlas a imprimir. La memoria se diluye. Así como vamos se nos están cargando los recuerdos. Al mirar los rostros alrededor de esas imágenes se percibía una leve sonrisa de cierta y sana añoranza por la fotografía impresa.

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