Han pasado más de cien años de lo ocurrido en el Putumayo y  de otros lugares de la manigua, de las muertes violentas de integrantes de pueblos indígenas en manos de los dueños de las caucherías y de la omisión del Estado peruano en estos asesinatos, pero a pesar de los años y de las maniobras para olvidar lo sucedido, existe una parte de la memoria colectiva que no quiere olvidar lo ocurrido y que pide que saquemos lecciones de lo que aconteció. No es una memoria revanchista ni usurera como se quiere hacer pensar, no. Nos dice que esas lecciones del pasado nos sirvan para enfrentar el presente. Lo que está ocurriendo con los derrames de petróleo en los ríos de la floresta – es la muerte silenciosa que mencionó Rachel Carson, donde se camina con cierta morosidad en los procesos administrativos y judiciales está dando paso a la impunidad, al no señalar a los responsables de parte de las autoridades es una muestra de ello. Hay maniobras dilatorias para no buscar a los responsables, esta es una manera de mirar hacia otro lado y bajar los brazos. Esta parte de la memoria resistente nos espolea estar alertas, despiertos, no dormirnos en nuestro regocijo. En otras de las lecciones que pide esa memoria resistente de lo ocurrido en la extracción de la goma es que el descepe de los recursos naturales bajo el modelo económico actual es lesiva contra los intereses de la comunidad de seres vivientes. Es un sistema insaciable que cada día pide más y más. En la época del caucho se desarboló el bosque, esto no puede volver a ocurrir porque únicamente ha traído y trae perjuicios. Una situación a reparar es que a pesar de hacer lo indecible, para borrar u olvidar lo que ocurrió en ese funesto periodo de la historia en la Amazonía, es la terquedad de esta memoria resistente de estar indicándonos que el camino no es por ahí.

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