En urgente asamblea los mandamases de la Fifa, los de la parte del león del suculento negocio del fútbol, decidieron tomar al toro por las astas para frenar la violencia en los campos. Así que concedieron un castigo ejemplar al masticador pelotero Luis Suárez. Como no pudieron arrebatarle todos los dientes o coserle la boca, le castigaron poniéndole de por vida un bozal de hierro. Ese protector no podía sacarse ni a la hora de comer o de dormir, pues su hambre triturador a dentelladas podía jugarle una mala pasada. Así fue como en las canchas inglesas apareció después del mundial brasilero un renovado jugador uruguayo.

El pelotero con bozal fue la gran novedad que dejó esa justa universal y los aficionados disfrutaron viendo como el otrora carnívoro delantero no podía ni beber agua durante los partidos. Por su parte los infaltables publicistas le sacaron el jugo a ese castigo promoviendo la presentación de rebosantes potajes ante un impotente Luis Suarez. Luego le llevaron de ciudad en ciudad exhibiéndole por un par de monedas como el jugador del futuro. En efecto, la misma figa castigó a muchos jugadores que malograban el espectáculo de la pelota. Así los que se arrojaban al piso sin que nadie les tocara fueron obligados a jugar echados. Si cometían el error de levantarse eran expulsados definitivamente de las canchas.

Los que reclamaban por las puras fueron sancionados con fuertes multas a pagar en el acto antes de se enfríe el partido. Los que metían la mano sin ser arqueros fueron sometidos a amputaciones dolorosas y en público para que nunca más volvieran a cometer esa imperdonable falta. Los que usaban la cabeza y los codos para golpear a sus rivales fueron enviados a engrosar los deportes del boxeo y de la lucha libre.   Los que cometían autogoles fueron condenados a jugar siempre de espaldas a la pelota.