Estos días otoñales bebiendo una taza caliente de rooibos y con la amenaza seria de una gran tormenta sobre la península, terminé de leer el libro de Ana Pizarro “Amazonía, el río tiene voces”, es una estudiosa chilena que ha leído y recorrido la floresta. El estudio tiene un gran reto: tratar de desenmarañar la producción cultural en este gran espacio. Menudo reto y no es nada fácil por los ingentes marañones culturales que se producen y la dimensión geográfica de esta región tan específica. El gran mérito de la obra de Pizarro es la de esbozar una sistematización histórica (tiene un gran soporte la obra de Mary Louise Pratt) y de ensayar una carta de navegación de lo que está ocurriendo en la Amazonía, ella también incluye dentro de este gran espacio (y mapa amazónico) a la selva del Orinoco. Como se podrá observar el reto intelectual era enorme. Sus observaciones se centran mucho en Brasil, con menos intensidad o con diferente intensidad en los otros países amazónicos, presumo que pergeñar una carta de navegación sobre la floresta continental no es nada sencillo. El gran reto de los mapas es que sea útil para quien lo lea. Además de tener en cuenta aspectos como la escala, la proyección y la simbolización cuando está siendo repujado. Estos últimos son elementos concurrentes que no de no tenerlos en cuenta pueden arruinar la mejor de las empresas. Si lo haces muy al detalle resultan ser muy grandes y poco manejables; sí lo elaboras con limitada información es manejable pero poco útil, dejas muchas cosas en el aire. En el caso de Pizarro el desafío era el territorio amazónico y los procesos en cada uno de los espacios. Esta es una debilidad en el caso de Pizarro porque enfatiza unos territorios más que a otros, pero esto no desmerece ni eclipsa su empeño en construir este gran mapa cultural sobre la floresta.