El antiguo pontífice, Jorge Bergoglio o papa Francisco, fue súbitamente encontrado por los 4 cargosos, impertinentes y oportunistas vagabundos que le seguían por toda la tierra, suplicándole que les diera para la pensión alimenticia. El ex papa, pese que estaba disfrazado de rudo y curtido carguero, fue detectado por sus encarnizados perseguidores mientras almorzaba en su modesta casucha del iquiteño barrio de Belén. El hombre que renunció a su alto cargo, a su condición sacerdotal, para escapar del asedio de esos ciudadanos, no pudo escabullirse como otras veces, porque estaba rodeado por los vagabundos que se disfrazaron de vendedores ambulantes.
Todo el drama papista comenzó cuando en vísperas de la navidad del remoto 2013 el entonces reputado Francisco invitó a comer a los 4 vagabundos que vivían en alguna parte de la eterna Roma. A la hora del merengue, entre estallido de cámaras, notas de prensa y elogios de cierta prensa por el desprendimiento del representante de Cristo en la tierra, algunos no dejaron de notar que los invitados tenían buenos dientes, excelentes gargantas y sólidas digestiones. Pero nadie sospechó que esos comensales no se marcharían esa mañana de la mesa servida. Y, ahí mismo, con todo desparpajo, exigieron el almuerzo y la cena. El bueno y paciente Jorge Bergoglio no tuvo más remedio que acceder a esa petición que estaba fuera de programa.
Los vagabundos luego solicitaron habitaciones permanentes en la Santa Sede. Después exigieron puestos de trabajo con buenas remuneraciones. Más tarde quisieron convertirse de la noche a la mañana en monseñores. El pobre Jorge Bergoglio no pudo complacerles pese a su reconocido humanismo y para no perturbar la vida monacal y franciscana de la jerarquía católica renunció a su cargo. Y, durante meses, disfrazado de lo que fuera, cambiando de nombre y de lugar de nacimiento, anduvo en la clandestinidad. Pero siempre era encontrado por los vagabundos que terminaron por pedirle una pensión alimenticia vitalicia.