LOS IDIOTAS DEL LIBRO EN LAS AULAS (IV)
El rechoncho y economista Hernán Garrido Lecca es el santo patrono, el ideólogo torcido, el gurú mayor, de la literatura infantil y adolescente en el Perú. Y es el maestro de esos grupos o personas que en la maraña, desde hace largos años, envenenan las aulas con sus mamotretos de pocas páginas y de nula calidad literaria. Ese censo de la peor chatarra entró a los salones como obras de un plan lector que no existe. El negocio menor se repite cada año sin que nadie haga nada. El último lugar en comprensión de lectura también se cocina gracias a esos mediocres autores que como zánganos ganan sus centavos en las escuelas y colegios. Y la cola de siempre no les dice nada. Como los idiotas de Flaubert no se dan cuenta de la realidad y siguen con sus recitales, conferencias, jornadas de escribas en las escuelas y otras tonterías condenadas a la retaguardia eterna.
Los idiotas de Flaubert no existen en otras partes y el contrabando entre las aulas no es un negocio redondo. Es imposible que un gurú descalificado asuma un rol protagónico en algo tan importante para el futuro de alumnos y alumnas. En México, en Brasil, en otros países, que están en los primeros lugares en el rubro de lectura, una comisión calificada elige los libros que leerán los estudiantes de ambos sexos. Y pueden demorarse hasta 3 años en esa labor. En este país jamás se hizo esa selección de obras de escritores. Se permitió la invasión de aficionados, de fracasados en sus propias profesiones y con ideas cuadriculadas sobre la niñez y la literatura, y el resultado está a la vista. Jamás se saldrá de la alcantarilla del último lugar si no se acaba con esas obritas absurdas que hacen correr a los estudiantes de la lectura.
Cuando el poeta Juan Ramón Jiménez escribió “Platero y yo”, no imaginó que años después ese texto acabaría entre las aulas. El autor español no escribió pensando en invadir los salones, en conquistar ese mercado cautivo, en ganar algunos reales con el permiso de docentes palteados. Escribió por una urgencia imperiosa. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta la saciedad sobre la auténtica manera de encarar ese tipo de literatura para las aulas. De manera que nadie puede estar en desacuerdo con nuestra propuesta de acabar con los mediocres que meten contrabando en los salones, salvo que sea partidario de los idiotas de Flaubert.