Escribe:Percy Vílchez

La ilusión de abundante oro en la fronda apareció temprano en las mentes exacerbadas de los forasteros. En busca de ese tesoro se financiaron diversas expediciones que, a la postre, acabaron en rotundos fracasos. El sueño pareció entonces desvanecerse, pero siguió latiendo por generaciones que también emprendieron sendas búsquedas que acabaron en nada. El bosque quedó entonces invicto y el oro de sus entrañas siguió oculto en diversos parajes. En el presente, ese precioso metal es fuente de uno de los delitos más socorridos de los extractores ilegales. Ese delito se ha convertido en un verdadero problema para los pueblos ubicados cerca de las minas auríferas.


Y, lo peor de todo, es que ha alcanzado sombríos niveles de corrupción. De otra forma no se explica cómo los buscadores ilegales de ese metal pueden introducir sus máquinas, dragas y operarios para incursionar en las zonas donde abunda ese precioso don de la naturaleza. El combate contra ese delito es bastante ineficaz y de vez en cuando aparece alguna noticia con la captura de algunos extractores. La situación se ha vuelto alarmante, gracias a la protesta de los pobladores de las zonas afectadas por la invasión de los extractores.


La contaminación de las aguas, debido a la emisión de mercurio, ha fundado la alarma en esos moradores que a su modo participan en el combate contra ese flagelo. En San Antonio de Pintuyacu, por ejemplo, los pobladores de ambos sexos suelen realizar jornadas de vigilancia nocturna y diurna para evitar el paso de los extractores. Hasta el momento han logrado frenar varias expediciones y han salvado así el oro de esa cuenca del Nanay. Esa vigilancia comunal y colectiva podría ser apoyada, incrementada, financiada, para acabar con ese delito que está desangrando las entrañas del bosque.