La empresa contratada para la limpieza de sifones, cunetas, sumideros, huaycos, forados y otros depósitos callejeros de ingrata recordación urbana, laboraba día y noche para cumplir con su cometido. El trabajo era lento y penoso debido a que tenían que sacar bolsas de arena, bloques de cemento, ladrillos de varias caras, calaminas enroscadas, fierros viejos, pedazos de madera, restos de chatarra, partes de naves naufragadas y cuanta porquería hubiera en esos lugares.

En sus excavaciones cotidianas continuaban los operarios sin darse tregua, pensando acabar con la tarea lo más rápido posible y pasar por caja, pero  se dieron cuenta un triste día de que en realidad no avanzaban gran cosa, porque ciertas personas desconocidas volvían a rellenar con porquerías  los sifones, cunetas, sumideros y otros sitios. La avanzado entonces volvía a fojas cero y los operarios tenían que comenzar de nuevo.   En ese ir y regresar  están hasta el día de hoy, volviendo a limpiar lo que ya han limpiado. El trabajo se ha vuelto demasiado arduo e insisten en cobrar el doble o el triple para volver a realizar las mismas labores de limpieza.

Los contratantes, por su parte, no pueden romper el contrato pues quieren tener una ciudad limpia de estorbos y tienen que pagar lo que la empresa pide. Hasta la fecha, pese a los esfuerzos desplegados por policías, serenos e investigadores,  es imposible descubrir a los energúmenos que meten porquerías en sifones, cunetas, sumideros y otros lugares. No se sabe a qué horas de la alta noche aparecen con sus objetos listos a trabarlo todo. Tampoco se sabe quién  les paga para que hagan semejante obra malsana en perjuicio de toda la ciudad que sigue inundándose cuando llueve. La situación es más que lamentable,  pues la urbe está condenada  a vivir eternamente con sus sifones, cunetas, sumideros y otros depósitos poblados de estorbos y basura.