Los bomberos quemados 

El primero incendio registrado en estos pastos era decididamente partidario  de los realistas, de los castellanos. Las llamas  estallaron en pleno jolgorio celebratorio del 28 de Julio como pretendiendo acabar con los patriotas, las gestas de la independencia.  Ardió la Troya local del festejo jubiloso, de la bandera izada, del rudo y gallardo desfile.  La autoridad de turno y del momento se puso las pilas de inmediato, culpó a los techos de palma como fuentes de siniestros, inauguró el consorcio de los damnificados y ordenó la baja del precio de los ladrillos para el cambio del patrón de construcción. Ese suceso inicial de combate contra los siniestros, de parte de un alto funcionario estatal y oficial,   fue estéril.  Erró el tiro y perdura  hasta hoy, donde reina la terrible frase del virrey cuando Lucas de la Cueva le pidió ayuda para la Amazonía: No hay plata. 

Los primeros bomberos voluntarios en esta ciudad fueron los rudos y peladores soldados quienes,  provistos de sendos costales con arena,  arremetían contra todos los fuegos, hasta los provocados para quemar documentos comprometedores. Ellos, más modernizados,  más gallardos, más intrépidos con el gobierno del retirado  comandante,  podrían convertirse con el tiempo en los únicos bomberos de esta urbe. Bomberos  provistos de robustos sacos de arena, de sendos palos para palear a las llamas u otro objeto contundente.

Eso se desprende de la página central de ayer de este diario,  escrita por Katty Riveros. ¿Qué otra cosa quedaría a esos esforzados ciudadanos sino colgar los uniformes, las mangueras y dedicarse a sembrar caucho? Es imposible que esos señores sigan soportando, voluntariamente,  el abandono de costumbre, el no hay plata de siempre. El más me pegas más te quiero, tiene un límite.  Es absurdo que tengan que generar sus propios recursos acudiendo a bingos colectivos que no dan ni para la sal. Para comprar el urgente carro cisterna. ¿Alguna vez habrá la plata oficial para ellos?