El índice de ahorcados es abrumador en el país del chicharrón con cerdo y de otros mejunjes que no excluyen el gato al horno. Ello es una protesta colectiva contra el intento serio de civilizar las ánforas. Sucedió que luego de la violenta votación del octubre del 2014 el Jurado Internacional de Votaciones instituyó el Nuevo Pacto Etico y Estético Electoral. En su acta de fundación dicho acuerdo sostenía que tenían que acabarse los saludos a la bandera, las aguas de malva y las sanciones morales. Todo ciudadano que firmaba ese documento se sometía de por vida a sus decretos sin derecho a la pataleta o el pataleo.

Cuando comenzó la nueva campaña política casi todos volvieron a las andadas y metieron insultos, acusaciones, amenazas, ofensas de nombres y honras. Nada dijeron sobre sus planes de gobierno y sobre lo que harían para solucionar el asunto de las tías de la esquina. La fuerza armada, enviada por el flamante organismo internacional, les detuvo mientras difamaban y, sin previo juicio o veredicto de tinterillos, les metieron en buen recaudo. En las cárceles no entraron para beber la caña canera u otro licor algo fuerte, sino a pagar la mínima pena de 15 años. No tardaron en aparecer los protestantes radicales.

El primero que se ahorcó fue el señor Esteban Cacha, candidato inmaduro que basaba su postulación en el incentivo carnal como si fuera un atleta del catre. Pero escogió mal el lugar y los camarógrafos y publicistas no pudieron rescatarle de la nave que se internó en el mar embravecido. Luego vinieron otros protestantes con sogas y cuerdas y se mataron sin que sus asesores lograran salvarles como estaba pactado. Esas muertes forzadas no explican todo el entripado. En el presente, de acuerdo a un sondeo, lo más increíble es que tantos candidatos insisten en matarse antes que olvidarse de ofensas y cochinadas contra sus adversarios.