Hoy es un día desapacible en Madrid, frío y mucha lluvia. Es el momento de los paraguas, digo antes de salir para el médico. Pareciera que el tiempo se ralentizara. Es como una cámara lenta que va detallando rostros ásperos, cálidos, que denotan que son caras de muchas latitudes en un metro de espacio. Hay una muchacha en la parada que tiene el rostro de Milena Jesenská, la traductora y novia de Franz Kafka. Parece tímida, está sumergida en sus pensamientos. La miro desde muy lejos mientras leo una crítica sobre Macedonio Fernández ¿por qué pensé en ella? Anoche antes de dormir leía las cartas que le escribía F a Milena. Se me dispara la imaginación. Es un rostro para una fotografía en blanco y negro paseando por las calles de Praga. Leyendo la glosa sobre Fernández entiendo mejor a Borges, a Cortázar, al mismo Piglia. Me pierdo recordando mis lecturas juveniles hasta que siento que me salpica una gota fría de la lluvia que me dice que debo volver a la realidad. En las paradas de autobús gente vestida con chubasqueros, con botas para el aguacero que está cayendo, pareciera que van a una guerra. Algunos con caras de pocos amigos enfundan el paraguas como si fueran espadas. La gente está intranquila porque el autobús no llega – cuando llueve en Madrid los atascos están a la orden del día. Escucho refunfuños por la tardanza. Alguien estornuda. Es un frío que invita a un café con algo dulce, yo voy por mi infusión de roibos, desde que lo probé en uno de los viajes a África no me desprendo de él. Beber un sorbo es recrear la tierra anaranjada de sus rúas, a la gente que lucha contra todo tipo de adversidad, de sus malos gobernantes aunque eso parece un síntoma mundial. Llega el autobús. Todos nos arremolinamos para subir. Es un día que invita a sumergirse en una buena lectura.

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