ESCRIBE: Marco Antonio Panduro

¡Cielo color panza de burro!, ¡Lima la gris!, son dos de esas frases que la gente hace uso para describir a la ciudad capital del Perú, o más bien el estado de ánimo de las gentes que se desplazan por sus calles, sobre todo en estos invernales días.

Y a Sebastián Salazar Bondy, y su LIMA LA HORRIBLE, le sucede lo mismo que a Vallejo con sus Heraldos Negros o su Trilce. Se hace mención más del nombre del libro, y se sabe muchísimo menos, una nada, del contenido de su obra.

Contrario a lo que en una primera instancia podría remitirnos el título, LIMA LA HORRIBLE (1964 ‒dos millones de habitantes, por esos años) toca de manera tangencial el tema de la arquitectura o del ornato de una capital que en la actualidad aglomera a un mosaico de más de siete millones de habitantes de un país llamado Perú.

Subyace, en cambio, como tema principal, la construcción histórica, religiosa y moral de sus pobladores desde inicios de la Colonia y se explica en el tiempo cómo el binomio Virreinato-Iglesia Católica ha sido capital en la construcción conservadora, farisea y filistea de esta urbe (Salazar Bondy sostiene que el limeño es católico por reacción y no por acción).

Así, LIMA LA HORRIBLE acomete el mito de la idílica Ciudad de los Reyes y la falsificación general que se tiene de esta. Sus frases son demoledoras a la usanza de su gran influencia como lo fue Manuel González Prada, y sus juicos severos que sus elegantes párrafos cargan.

En realidad seleccionar una frase, un párrafo, es harto difícil en este libro. No porque no se encuentren. Es todo lo contrario. Están por doquier, ubérrimas, proféticas, metafóricas y vigentes, sus construcciones en gramática española y castellano peruano. Aquí un botón:

[…] pero el dueño de la viveza criolla que habita en la vida pública, no es precisamente esta especie de chusco advenedizo sino que, venga de donde viniese, mediante la maniobra, la intriga, la adulación, la complicidad, el silencio o la elocuencia se halla como un porfiado tente-en-pie siempre triunfante. […]. El vivo de esta laya se da, no obstante, en todas las esferas de la actividad. Es el comerciante o proveedor que sisa en el peso, el funcionario que vende el derecho, el abogado que se entiende con la parte contraria, el prefecto que usa del mando en beneficio personal, el cura que administra los sacramentos como mercadería, el automovilista que comete la infracción por simple gusto, el alumno que compra el examen, el jugador de dados cargados, el artista que se apadrina para el lauro, el ladrón o ladronzuelo que escamotea la prenda ajena a vista y paciencia (o con la complicidad) del policía, todo el que obtiene, en resumidas cuentas, lo que no le pertenece o le está vedado por vía ilícita pero ingeniosa, debido a lo cual el hecho es meritorio. […] En vivos y tontos, dentro de la maniquea psicología criollista, se divide la humanidad.” p.36.

De los viejos de la prosapia limeña de que todo tiempo pasado fue mejor, nos separa y nos une, ¿quién sabe?, la misma nostalgia de unos pocos ya en vida que gozaron y vivieron en la isla bonita.

En estos encuentros y desencuentros entre Iquitos y Lima, la Iglesia es uno de los ejes en la construcción de ambas ciudades. Mas en este retruécano de “Lima es el Perú, y el Perú es Lima”, la panza de burro es opuesta al cielo azul metálico de Iquitos y sus gordas nubes de un blanco que reverbera. Aunque esta solo sea una diferencia paisajística.

Una coincidencia de orden de individuos en las líneas a continuación:

No reina en Lima la abierta controversia sino el chisme maligno, no ocurren revoluciones sino opacos pronunciamientos, no permanece el inconformismo sino que el espíritu rebelde involuciona hasta el conservadurismo promedio. En tanto el limeño (y por qué no el iquiteño, en este caso) sigue siendo quien acepta con apenas una ironía en los labios o un chascarillo contingente, los abusos de los poderosos, la impúdica corrupción de los políticos, la absolutista voluntad de la minoría voraz. Sin pisar la peligrosa cáscara de plátano del determinismo, cabe afirmar que el cielo sin matices, el aire adormecedor, la humedad pozoñosa, la lisa visión de los cerros pelados y los arenales de entorno, que en invierno envuelve un tul de niebla que hace irreales a las cosas más rotundas y mantiene las ruinas eternamente nuevas.” p. 49.

Hecho particular es la presencia del Estado, mediante los militares, el cual nos distancia en la historia de la génesis limeña, pues esta se fundó empujada por el hambre de un Imperio Colonial y la difusa carta de nacimiento de un puerto fluvial tiene más tinte republicano que otra cosa.

LIMA LA HORRIBLE resulta fundamental para entender hacia dónde y cómo se movilizaban (y se movilizan) las capas sociales, especialmente una minúscula clase media que prefirió adherirse a la aristocracia por una cuestión de sintonía dérmica y en busca de lo que le hacía falta: dinero. Ambas capas, la intermedia y la baja, a final de cuentas, terminarían como parte de la servidumbre ideológica.

No existe equivalente en Iquitos, o similar ensayo literario, un libro que mate quimeras de las que esta urbe se ha erigido, alejado ‒eso sí‒ de la formalidad y de la metodología de las ciencias sociales (antropología, sociología, entre otros), lo cual no implica estar reñido con el rigor de su mano escritura.

Sería interesante un ensayo de este tipo, con las licencias y concesiones que la literatura patrocina a favor de lo políticamente incorrecto y de la libertad de pensamiento.

En esta línea de equivalencias, así como Sebastián Salazar Bondy escribió LIMA LA HORRIBLE, algún hijo pródigo de esta planicie amazónica tendrá la tarea de desmitificar pero también de poner hechos en su justa medida en un libro titulado algo así como IQUITOS LA FEÍTA.