Lectura para bellas 

La máxima “Divina comedia”, que no es un colegio privado ni un restaurant de lujo, sino una de las grandes obras escritas en esta tierra, ha escalado de rango. En lo sucesivo deberá ser leída por las más bellas mujeres italianas. Atravesar por los círculos infernales dantescos, avanzar por el purgatorio y sus condenas y arribar al paraíso de la mano de la siempre bella Beatriz, será a partir de la fecha una obligación para toda signorina que quiera participar en cualquier concurso de belleza. En Italia. La aspirante a llevarse la corona de la más hermosa no solo mostrará los dientes o sus ampulosas medidas o su anverso y reverso, sino demostrará que frecuenta la lectura.

Don Dante Alighieri, que no es un renombrado  pelotero o un funcionario de Berlusconi, sino uno de los pocos grandes de las letras terrestres, deberá estar contento con esa medida que convierte a la mujer en algo más que un buen lomo o una muñeca sin neuronas. El que murió en la fealdad del destierro en Rávena, que no era precisamente un adonis, ni siquiera un cuero de polendas, pero que tanto supo de amores, que amó más que tantos, más que casi todos y que idealizó de esa manera a la fugaz Poritnari, deberá sentir que valió la pena inmortalizar a su musa. Las hermosas italianas no solo deberán leer la obra mayor del gran poeta florentino. Tendrán que leer dos libros más. Al año. Se acabó entonces la cabeza hueca, la calabaza, atribuidas  con o sin razón,  a las mujeres bellas.

Pero en Italia. No por acanga que sigue en el último lugar en  entender un texto. La obligada lectura para las bellas italianas es un buen síntoma. En estas fealdades se debería imitar ese hecho. No tanto en los concursos de belleza,  donde ni los organizadores, ni los auspiciadores y ni los jurados le entran a la lectura. Sería el caos. Se podría comenzar por los candidatos. Para que  cualquier ciudadano  postule, digamos, a una regiduría, primero debería leer ese capítulo donde el gran Sancho Panza gobierna con sabiduría la ínsula Barataria.