LAS ÚLTIMAS VÍCTIMAS

El malogrado poeta Javier Heraud escribió una obra nombrada El río y hasta ahora le va bien. Todos los poetas locales de ambos sexos no pueden inspirarse en serio en las musas fluviales, en el paso de los infinitos ríos que van a dar a la mar que es el estirar las patas, porque el agua potable es una deficiencia permanente, una desgracia cívica. Es inconcebible que en un lugar acuático por definición y destino, el agua potable haga agua por tantas partes, hasta por los costados y la parte de atrás. El Señor de los cielos concede barba a los que no tienen quijada. A otros. A nosotros nos regaló cauces o tuberías o grifos o duchas sin una gota de agua. Desde que el agua potable existe en estos fumaderos, es más que un simple servicio. Es  un castigo de sequía material y moral.

Los pobres vates locales ni siquiera pueden echarse agua florida para regalar alguna marcha nupcial porque después no podrán bañarse cómodamente. Porque el agua en Iquitos está cortada, se va a cortar o ya se cortó. Lo que no se suprime es la famosa y abusiva factura que llega cada mes con la cobranza del servicio suspendido. El agua potable hace agua por todas partes, hasta por la retaguardia, pero hay que pagar sobre el pucho porque si no te cortarán  el servicio cortado. ¿Entiende alguien ese trabalenguas del subdesarrollo tropical y húmedo?

Los tristes y aplastados bardos locales, para disimular sus desgracias artísticas y líquidos elementales, ni siquiera pueden repetir ese estribillo que dice agua para ti, agua para mí, porque es una falsedad en estos humarales. Pero de lo malo se puede sacar algo rescatable. La famosa guerra del agua no podrá darse entre nosotros, los seres fluviales. En ninguna parte se ha visto una sacadera de mugre por cañerías secas, grifos resecos, duchas inservibles. Todo lo anterior para referirnos con propiedad, con énfasis, a los moradores de la calle Samarén que desde hace 15 días que no tienen agua ni con la lluvia, pero pagan el servicio inexistente.