Japhy Wilson, desde Manchester

 

Muchos hablan de Iquitos como una ciudad aislada. Pero más aislados todavía son los pueblos entre Iquitos y la frontera noreste de Loreto, tierra de nadie, dominada por los inmensos ríos Napo y Putumayo. Desde hace muchos años, los grandes políticos de la región han prometido conectar estos pueblos perdidos con la Isla Bonita. En 1995, Joaquín Abensur prometía construir una carretera de Iquitos a Mazán, ubicado en las orillas del río Napo. Una década después, su hijo, Salomón Abensur, ganó la Alcaldía de la provincia de Maynas con un flamante video donde hizo aparecer un puente sobre el río Nanay con un mero gesto de su mano.

En 2017, el último presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, repitió las dos promesas, dentro de un sueño todavía más grande. Este sueño empieza con una carretera que sale de Iquitos, cruzando el Nanay por un nuevo puente –el más largo de Perú, para llegar al pueblito de Santo Tomás. De ahí se va cruzando la selva hasta llegar a Mazán. Pero el sueño no se detiene ahí. Desde Mazán se cruza el Napo por ferry, hasta la comunidad de Salvador, una hora río arriba, ahí la carretera arranca otra vez, pasando por selva virgen hasta San Antonio de El Estrecho en el río Putumayo– un pueblo tan aislado que el viaje de ahí a Iquitos por lancha dura hasta 20 días.

En palabras de Kuczynski, cuando puso la primera piedra del Puente Nanay en noviembre 2017: ‘No queremos estar aislados… ¡Nunca más! … Se necesita el puente, las pistas, la conectividad, porque si no están aislados’. El actual presidente Martín Vizcarra ha dado seguimiento al proyecto de Kuczynski y hoy en día el Puente Nanay se encuentra en plena construcción. Dicen que se terminará en marzo del 2021, y que el presupuesto ya está asignado para el segundo tramo de la carretera que va desde Santo Tomás hasta Mazán.

Parece que, por fin, este viejo sueño está por realizarse. Pero en Mazán la gente responde a tales reportes con cierto escepticismo. En palabras de un comunero que nació aquí: ‘Quizás ya no lo voy a mirar. De esta carretera estaban hablando cuando yo era chiquito, ahora tengo 43 años. ¿Cuántos años han pasado y no lo han terminado? ¡Te imaginas morir si todavía no está!’

Por estos lares la carretera no es un sueño sino un fantasma del que todo el mundo siempre ha hablado, pero que nadie ha visto nunca. Y como todos las fantasmas, esta carretera deja sus huellas en el mundo viviente. En 1995 la primera trocha fue abierta desde Santo Tomás hasta Mazán, durante la administración de Joaquín Abensur, quien lo utilizaba para sacar madera. En ese entonces, se podría viajar por toda la trocha con una buena moto. Varias comunidades se posicionaron en la ruta, escapando lugares todavía más aislados y esperando la terminación de la obra. Uno de estos fue un grupito de catorce familias llamada “Cuatro de Abril”, cuyos primeros habitantes llegaron en 1997 desde las orillas del Alto Napo. Ellos esperaron meses y años, pero la carretera no avanzaba. Poco a poco, la ruta fue enmontándose. Lejos de transcender su soledad, los pobladores de “Cuatro de Abril” ahora se encuentran encerrados en la selva.

Con mucha alegría recibieron la promesa de Kuczynski de que por fin la carretera iba a llegar. Imaginen, entonces, su decepción cuando hace un par de meses se dieron cuenta que ahora la carretera pasará por otra ruta. El desvío va por Sinchicuy, en las orillas del río Amazonas, pueblo donde los fantasmas se amontonan como la selva alrededor de “Cuatro de Abril”. Desde hace muchos años, los pobladores de Sinchicuy esperan la llegada de un ferrocarril a Yurimaguas, un puerto internacional, y un parque industrial abastecido con la electricidad producida por la Hidroeléctrica de Mazán: cuatro inmensas infraestructuras tan espectrales como la misma carretera: los políticos y burócratas siempre han hablado de su existencia, pero nunca aparecen…

En la otra orilla del Napo la historia es parecida. En el pueblo de Salvador, donde arranca el último tramo de la carretera a El Estrecho, los topógrafos llegaron por primera vez en 2012, y trazaron toda la ruta. Desde ese momento los pobladores están esperando, igual que las comunidades que habitan los dos extremos de una vieja ruta al Putumayo –desde Puerto Arica (rio arriba de Salvador) hasta Flor de Agosto (río arriba de El Estrecho). Como en el caso de la carretera a Mazán, esta trocha fue abierta hace décadas y luego abandonada. En este caso lo ingenieros llegaron a medio camino, donde se perdieron en un interminable laberinto de aguajales. Los tractores y aplanadoras todavía están ahí, oxidados, hundidos y tragados por la selva.

El último destino de la nueva ruta será El Estrecho. En esta remota ceja de la patria, la carretera suena como una fantasma más de una modernidad que hasta ahora se ha conocido solo por los diabólicos abusos de los caucheros, las sombras fugaces de narcos, guerrillas y paramilitares, y la cruda presencia de policías y ejército. De esta violenta historia tal vez nacen los rumores que circulan por aquí: de los ‘pela-caras’ – gringos que llegan en aeronaves y sacan las caras de los pesqueros de noche con luces laser, y de laboratorios escondidos en la selva, donde científicos extranjeros cocinan a los indígenas en grandes tubos de cristal, para extraer su ‘aceite humano’.

Estos cuentos no suenan tan distintos a los rumores de un político mago en una ciudad distante, que puede construir un puente con un gesto de su mano, para los pobladores de El Estrecho, la única diferencia sería el hecho de que, en este último caso, la visión es recibida con esperanza, en lugar de horror. Pero en Santo Tomás, donde el Puente Nanay está por caerse, este sueño está a punto de volverse pesadilla – como un fantasma que siempre quería ver, y que ahora está abriendo la puerta de su cuarto. El pueblo no tiene derechos de propiedad, y la zona no cuenta con ningún plan urbano. En Iquitos, ya están preparando las primeras invasiones. La ciudad viene como un monstruo hambriento. En palabras de un líder de la comunidad: ‘Este puente va a generar desarrollo, pero tal vez violento, y con muchas amenazas’.

Tal vez… Pero dicen las malas lenguas que la plata está agotada, y la construcción del Puente Nanay está en punto de ser abandonada… ¿Cómo explicar este inmenso matorral de fantasmas y promesas donde la gente se sostiene solamente con rumores y esperanzas? Para el comunero de Mazán, como para muchos, la causa es sencilla: ‘A veces aquí en Perú, existe pues, como se llama, esa palabra que dicen…’ Hay una pausa, mientras este hombre sencillo busca la palabra adecuada para captar la realidad detrás de tantos espectros decepcionantes:

‘¡La corrupción, lo que dicen! Parece que eso es un poco lo que nos mata a nosotros. Hay gobernantes, o hay alcaldes, que quieren hacer su trabajo bien, pero ahí se involucran algunas cosas y no terminan, por llevarse la plata. En vez de cumplir el presupuesto con el trabajo, en mitad del proyecto ahí se queda. Porque se acabó la plata, porque lo han llevado, ya no lo terminan. Pero yo creo que este proyecto de acá del Puente [Nanay] lo van a terminar, porque está avanzando bastante, ¿no?’

Me mira con la misma esperanza que seguramente tenía cuando era niño, y escuchaba de la carretera por primera vez. Esta esperanza, que vive eternamente como los fantasmas.