Por: Gerald Rodríguez. N
Estanque de ranas (Tierra Nueva, 2006,2007), novela del escritor loretano Miguel Donayre, cierra un ciclo de un vacío en lo que respecta a la producción novelesca, después de Las tres mitades del Ino Moxo, de Cesar Calvo. En Estanque de ranas, se rompe un ciclo tradicionalista de la novela peruana y amazónica, y experimenta una nueva estructura, un nuevo cuerpo, buscando definirla, en su amplio concepto, de amazónica. La vida isleña en Isla Grande no puede ser mayor ni ajena a la vida del mundo entero, plagado de sus más grandes defectos. El tiempo se retuerce una vez más en la voz de un escritor, de un periodista, de un personaje ambiguo con la soledad y la sociedad, para ir tejiendo tiempo y violencia en un punto de la existencia, para saber que las más grandes vejaciones y violencia en la historia regional de Isla Grande, no solo se había encontrado siglos atrás, sino que había una, la más fresca, la que no era agua pasada, llamada violencia del caucho.
Miguel define con Estanques de ranas un nudo en la literatura regional amazónica, nudo que servirá posteriormente para hacer suceder otros hechos novelescos, conformando una trilogía cauchera, arrancando lo mejor de la realidad novelesca, para definir la violencia, como un tema universal, como siempre lo fue, desde una visón particular: la visón amazónica. En estanques de rana el arte mantiene su propio concepto, su propia textura, nada es igual a lo que se ha hecho, en Estanques de ranas, Miguel Donayre figura un nuevo diálogo, una nueva caracterización de la humanidad cogida de la realidad, dura, sin sutileza en su arraigado sueño de descifrar el tiempo en pedazos de hojas de papel para entendernos, para dejar de sucedernos como siempre nos sucedemos con lo mismo, con la violencia, como si fuera un fuego, un castigo, un dogma, una acción justificable, un perdón sin olvido, una forma de vivir y de morir. La violencia, que ocasionó el caucho, se manifiesta en escondidos documentos judiciales, en hojas recortadas de periódicos desaparecidos, en ecos de periodistas muertos, sin rasgo en el cielo. Estanque de rana inventa una nueva forma de eco vislumbrante que determina una luz en la mirada de la amazonia, buscando de esta manera decir lo que es la acción malhechora de un tirano que buscó enriquecerse con la muerte de los indígenas, en su afán de encontrar y extraer el caucho.
Miguel Donayre descifra muy bien, con buen talento de escritor inventor de sus propias reglas, de su propia voz, de su propia mirada de búho que lo sabe todo, para retratar, en una novela corta, un síntoma que no debería dejar de doler en los corazones amazónicos, descendientes de aquellos hombres muertos por Julio C. Arana. Miguel reconstruye, a partir de la violencia que fue aquella época del caucho, la conciencia moderna, la vida después, la que no quiere repetirse como eterno espiral maldito, como una maldición de Melquiades, como si hubiéramos pedido ser condenados a las ataduras violentas del tiempo, para no dejar de existir, para existir sufriendo, sin el sueño de ser libres por siempre.
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