El exceso en el uso indebido del grano de arena acaba de provocar la caída del último burgomaestre de San Juan, Martín Arévalo. Como todo el mundo sabe, el citado conquistó el sillón consistorial de ese distrito debido al concurso de payasos, magos, contadores de chistes, adivinos, brujos, chistosos, que le acompañaban en sus célebres y nutridas chocolatadas. El lema del grano de arena para ayudar a los más necesitados, los más pobres, los que no podían acceder a la miseria de la pensión 65, fue la locomotora que arrastró con los votos en el día de las elecciones del ya lejano 2014.
Desde el trono consistorial el economista de profesión y ejecución radicalizó la filosofía del grano de arena. Considerando que la mayoría de la población del distrito necesitaba de una ayuda, un empujón, diseñó un plan masivo para apoyar a la mayoría de vecinos, entre los que se encontraba el antiguo alcalde que no podía mantenerse con sus recitales en karaokes de las ciudades selváticas. Así que contrató camiones destartalados para recoger los granos de la carretera que arriba a Nauta. El inconveniente inicial fue la dificultad de recoger, uno por uno, los complicados granos.
Entonces fue espectáculo normal el arribo de los camiones adornados con las siglas del partido de Arévalo Pinedo. El otro gran inconveniente fue depositar los granos de arena en lugares visibles, aislados, lejos de los desmanes de la recalcitrante e insultadora oposición. El otro obstáculo era la frecuencia de las lluvias que desaparecían frágiles granos. El mayor problema fue el carrusel de protestas de las gentes que se sintieron burladas.