El folclórico episodio del fútbol peruano de admitir encuentros de la liga mayor en estadios vacíos, ante tribunas solitarias, arruinó definitivamente al pelotismo nacional. Al final de la tragedia, que enlutó a los árbitros, los alcanza pelotas, los vendedores de casaquillas y otros negocios, los partidos eran tan aburridos que los 2 arqueros rivales leían tranquilamente sus periódicos, dormían sus siestas y hasta se zampaban sus copas, mientras los jugadores de las 2 ofensivas adversarias hacían lo mismo. La pelota casi nunca les llegaba en esos tediosos encuentras que no parecían durar 90 minutos, sino toda una vida sin ninguna ilusión.

El decreto de extinción del célebre fútbol peruano, célebre no por sus victorias, sino porque los peloteros celebraran cualquier cosa, hasta los autogoles, fue expedido desde el gobierno del señor Manuel Burga, quien contribuyó como nadie para acabar con ese fervoroso deporte. El espíritu emprendedor, que se cocinaba en la divisa de que todo era plata, hizo que el mismo régimen vendiera a precio de remate los estadios para levantar futuros sitios de crianza de plumíferas, alzara centros de comida chatarra y levantar sedes de timba o bingo o cachito cantinero.

Los hinchas de todos los equipos de la liga mayor del fútbol peruano, que se habían cansado de bostezar, aburrirse y hasta dormir ante sus televisores durante esos partidos que solo eran transmitidos, no dijeron absolutamente nada ante el término de tan encendida pasión, porque estaban fascinados por el nuevo invento que hacía furor en toda la tierra: el fútbol virtual. Así fue como ese sufrido, desilusionado y siempre derrotado héroe nacional, recobró el espíritu de victoria, la furia que vence, que había perdido desde los tiempos en que el mago de tómbola no llevó a su fantástica escuadra al ya olvidado mundial de Brasil del 2014.