[Por: Moisés Panduro Coral].

Inundados estamos en Iquitos, la antiguamente esplendorosa capital de la amazonía peruana. Inundados de aguas pluviales que llegan desenfrenadamente desde las nubes y que al no encontrar adecuados cauces para dirigirse al río, se desbordan en las calles, caminan por las veredas en una marcha escalada plena de silencio, y al igual que en una invasión extraterrestre trepan indeteniblemente las viviendas sin tocar la puerta y sin pedir permiso a nadie causando las desdichas que al día siguiente se exclaman con espanto en las cabinas radiales.

Inundados estamos de aguas negras plagadas de heces exultantes de infección, colonizadas por trilllones de trillones de bacterias patógenas de todas las especies y de todas las formas. Cada vez que llueve –y hasta cuando no llueve- vivimos un infierno de agua pestilente, de agua sucia de los tres mil demonios que al llenar nuestras salas y dormitorios deteriora artefactos domésticos, consume de insanía los pulmones de los niños, malogra la piel de miles, agiganta las colas de emergencia de los hospitales y hace perder el optimismo del día a día a otros miles. ¿Qué mal puede estar pagando ésta nuestra ciudad para tener este día después del mañana en función permanente en nuestra cartelera semanal?

Inundados estamos de polvo porque no hay follajes que absorban las toneladas de partículas que están en el aire que nosotros y nuestros hijos respiramos. Porque tenemos tan pocos árboles que hasta un pueblo del desierto de Sahara tiene en promedio más árboles que esta ciudad asentada en una exhuberante selva. Inundados estamos de una intensa sensación térmica que se vuelve más extrema porque queda retenido en el asfalto y en las viviendas sin huertas y porque no hay vegetación suficiente que lo disipe, que lo contenga; las sombras de árboles son escasas y la indiferencia de la autoridad es infinita.

Inundados estamos de candidatos que en su papel de gobernantes deben conducir la contigencia frente a las inundaciones. Inundados de sus pachotadas en la administración del Estado, de sus gansteriles atracos al presupuesto público, de sus argucias publicitarias para engatusar al desavisado elector, de sus “cara de cera” de pretender seguir gobernando la región y la ciudad pese a su estrepitoso fracaso. Inundados de sus discursos impostores, de sus tramoyas principistas, de sus huellas en el papel billete, de su cinismo de querer desentenderse cada uno de sus graves responsabilidades en las inundaciones. ¡Ellos –los que gobiernan la región y las municipalidades de Iquitos metrópoli- que son los directos comprometidos en estas inundaciones echándose la culpa mutuamente, tirándose la pelota y haciéndose los locos!

Inundados estamos de estos farsantes y demagogos, de estos mercaderes de la política, de estos traficantes de las expectativas del pueblo. Inundados de su mal habido dinero que inunda medios, conciencias, micrófonos, lealtades, voces. ¿Cómo es que hemos llegado a una situación tan cataclísmica en Iquitos? ¿Cómo es que hemos hecho de esta tierra un infierno de malas aguas? ¿Cómo es que hemos conspirado para que nuestra “isla bonita” de antaño se sumerja en la miasma politiquera, en las aguas negras de la corrupción, del mismo modo como se hunde en las aguas de lluvia y en las aguas regurgitadas por baños y sifones?. La respuesta es simple: usted, yo, todos fuimos hace cuatro años a depositar nuestro voto y los elegimos. Hoy, a escasos días del 5 de octubre, tiene la oportunidad de castigarlos a ellos y a sus compinches. No se lamente más tarde cuando la inundación le llegue hasta la coronilla.

 

3 COMENTARIOS

  1. LA CONSIGNA: VOTAR EN BLANCO O VICIAR NUESTRO VOTO, PORQUE NINGUN CANDIDATO SEA LOCAL O REGIONAL TIENE CAPACIDAD Y HONESTIDAD SUFICIENTE PARA GOBERNAR A UN NOBLE PUEBLO COMO IQUITOS

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