En una jornada realizada en la madrugada de cualquier día, la mayoría oficialista del Congreso que se eligió en abril del 2016 votó para la liberación, por la puerta grande,  del señor Vladimiro Montesinos. El argumento de los parlamentarios fujimoristas era que el preso no era militante de ningún partido ni funcionario estatal. Era un simple filmador de videos que había sido privado de su libertad por envidia o encono de los opositores. Las otras bancadas que están en el Congreso no pudieron votar pues ignoraban  que se realizaría ese acto entre gallos y gallinas de amanecida. De esa manera quedó en libertad el hombre fuerte de un régimen autoritario que hizo barrabasada y media para mantener en el poder al ingeniero que ya había sido liberado el primer día de trabajo del nuevo Congreso.

En sus primeras declaraciones a la prensa, el liberado Vladimiro Montesinos ha demostrado que no se acuerda de nada. Como si en la prisión hubiera perdido la memoria, no sabe quién fue Alberto Fujimori, tampoco sabe dónde  está escondida Rosa Fujimori gastando el dinero de las donaciones, menos se acuerda de los diarios amarillos que compraba a granel. Es como si fuera otra persona y se presenta como un artista frustrado, un cineasta sin suerte,  debido a que no pudo hacer un largometraje con tanto video que tenía en su poder. Lo único que pidió a sus liberadores es que le pusieran en una oficina para editar esos videos y convertirse en el director más prolífico del país.

En el presente, el liberado Vladimiro Montesinos vive en una oficina del centro de Lima. Allí trabaja varias horas al día sin casi comer ni dormir. Toda su vida está orientada a editar los videos de su colección para realizar un largometraje monumental sobre los actos de corrupción que desató.