Paco Bardales

La narración de un sueño no puede transmitir (…)

esa idea de verse atrapado en lo inconcebible

que es la esencia misma de los sueños.

(Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas)

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Transito la medianoche en un taxi que me lleva hacia Tarapoto, por la carretera Fernando Belaúnde (antes conocida como Marginal de la Selva). El conductor trata de ganarle tiempo al toque de queda, que se inicia a la 01 a.m.  Lo que me permite la ruta, llena de baches tecnológicos, reviso irregularmente las redes sociales. En la feria La Independiente, de editoriales alternativas, ha habido mucha demanda e interés por la literatura amazónica, que se ve reflejado en posts y stories de Facebook e Instagram,

Vuelvo de Juanjui, donde estuve por unas horas asistiendo a la feria del libro, un evento pequeño en la Plaza de Armas, asolado por la clásica y proverbial lluvia amazónica, tan sorprendente como inesperada. Allí, acabo de presentar por breves minutos mi nuevo libro Relatos de Caucho y Oscuridad, he firmado algunos ejemplares y me he subido rápidamente al auto, para seguir viajando. Dormiré unas horas y luego subiré a un avión, hacia otra parte.

Hace frío, ha llovido copiosamente. Más allá de la medianoche, se divisan las primeras luces de la ciudad, mientras el vehículo serpentea sobre el asfalto; serpentea la ruta de la serie literaria Río Marañón.

 

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A finales de junio, se lanzó el primer grupo de libros de Río Marañón, un esfuerzo editorial inusual, aún en territorios peruanos. Diez nuevas publicaciones, de autores disímiles, cuyo más sólido punto en común es el tener un origen amazónico. Cuentos, relatos, crónicas, novela, ensayo, que nos llevan por territorios de fantasía, memoria, historia, identidad, costumbres y distopías.

A lo largo de este tiempo, Río Marañón se ha propuesto recorrer todas las provincias de Loreto (la más grande y extensa del país), pero, adicionalmente, ha logrado presencia importante en presentaciones de Pucallpa, Lima y ahora nos ha traído a la región San Martín, desde diversos ámbitos y procedencias.

Como anteriormente en Iquitos, San Joaquín de Omaguas, Caballococha, Requena (esta semana en Datem del Marañón y después en Contamana y El Putumayo) hemos llegado a Yurimaguas la mitad de autores de la serie (Percy Vílchez, Gerald Rodríguez, Patrick Pareja, Jaime Vásquez y yo), por avión desde Lima, por bus desde Pucallpa (dieciséis horas por la ruta terrestre), en una lancha rápida (veinte horas a través de río), en automóviles desde Tarapoto. Esto es lo más parecido a un tour literario, donde los escritores se encontrarán con un público diverso, que los acompañará a lo largo de diversas ciudades, en un zigzag vertiginoso y, a veces, alucinante.

Porque hay que entender, o sentir en carne propia que la ruta es endiablada, y no parece terminar nunca. Desde el 19 de agosto en que he presentado mi libro en “La Taberna del Cauchero”, la sucesión de presentaciones, firma de ejemplares, entrevistas, talleres, encuentros con escritores y grupos literarios no se ha detenido. Los libros han tenido, además, un inusitado éxito de ventas (algunos, como el de Percy Vílchez y el mío, agotaron su primer tiraje en pocas semanas y se encuentran en segunda reimpresión), pero, además ha permitido ir creando un buen sistema de promoción, en el cual el olfato periodístico y emprendedor de Jaime Vásquez, editor y aventurero, ha permitido descubrir espacios para que la palabra de los autores llegue a la mayor cantidad de lugares posible.

Y esto, aunque parezca que ha sido una conjunción de magia y emociones, en realidad es una tarea titánica, que requiere mucha organización, coordinaciones, logística y, claro, cómo no, recursos. Muchos recursos, mayormente económicos.

¿O, acaso, imaginaban algunos que la difusión de la palabra se extiende a lo largo de la tierra con pura y mera fuerza del aire y la lluvia?

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Mientras estoy presentando en el auditorio de la Dirección de Cultura de Moyobamba, en una noche mágica, rociada con música, sabor y brindis amazónico, súbitamente aparece frente a mí, la figura de César Calvo Soriano, recitando frases de Las Tres Mitades del Ino Moxo. Me detengo un momento, pienso y entonces miro, imaginariamente o no, ya no sé, la figura de Klaus Kinski, interpretando al desquiciado y descomunal Fitzcarraldo, trasladando un barco alrededor de la selva, a fin de cumplir su sueño melómano y megalómano.

Entonces, de la nada, recuerdo a Werner Herzog, el brillante cineasta alemán, y sus consideraciones luego de haber filmado en la selva tropical: “No es que odie la selva. La amo, pero la amo contra lo que dicta mi sano juicio”.

Es que la selva no da tregua. Te coloca dentro de sí y exige de ti la más grande prueba de fortaleza. Camina contigo, corre si es posible, pero no te la hace fácil. Duermes poco, piensas mucho, te pones los audífonos y escuchas canciones que te retrotraen a tantas imágenes y tantos episodios de tu vida. Conversas, ríes, bebes, cantas y te solidarizas con el otro, con los tuyos y los que vas viendo pasar a través del paisaje, natural y humano.

Mis compañeros, amigos, colegas, lo saben bien. Transitar a través del río, por casi un día, en medio del frío sin poder recostarse, o estar doblado en un asiento reclinable sin ventilación. Luchar y vencer la resistencia de la carretera de Tarapoto hacia Yurimaguas es tarea de fuerte reciedumbre, porque la serpiente se vuelve más zigzagueante y frenética que nunca, y ni la belleza del pongo de Caynarachi ni los panes recién horneados de la ruta (manjar incomparable) pueden contra los mareos, vómitos, descompensaciones de la siempre cálida y generosa Mónica Morales, administradora de la editorial.

La selva es durísima, te domina, pero también te acoge, te ampara. Te permite mojarte bajo la lluvia, mientras contemplas la catedral de Yurimaguas, antes de que se haga una entrañable presentación en la cual un docente recuerda al poeta Percy Vílchez sus épocas como cabo del Ejército. La selva te reencuentra con el Castillo de Lamas, donde los escritores Pareja y Rodríguez tratan de luchar contra la disciplina de la vanidad, y se toman múltiples estampas, mientras el sol nos prepara para la noche tarapotina, en la Casa de la Cultura, tan íntima como cariñosa, rodeada de anécdotas sobre cine (la fiebre del rodaje del blockbuster Transformers en estas tierras es total). La parada en Moyobamba incluye menús generosos en siquisapas (hormigas culonas) que Jaime Vásquez devora con entusiasmo, el encuentro con la abuelita Nicolasa (acompañada por su siempre querido cónyuge de ficción, Ángel Calvo), así como la reconexión con el gran Lucho Vásquez, director de cultura excepcional, narrador picante y dedicado, así como gran amigo.

Y en medio de las paradas, en que se habla del pleito de la delegación peruana que va al Festival del Libro de Guadalajara, polémica que se siente tan lejana y ajena desde esta parte de la vida y del país, también hay momentos para recalar en la pequeña y acogedora Rioja, donde el cantautor y poeta Luis Salazar Orsi, que nos acompaña en el momento de los avispajuane y los tragos macerados con raíces con temas sentidos, emocionados, que le cantan a la vida cotidiana y dulce de los amazónicos. Y en Juanjui te das cuenta que los movimientos culturales están fuertes, son liderados también por mujeres valiosas como Daphne Viena Oliveira y te das cuenta que no hay suficientes anécdotas, ni suficientes discursos, ni suficientes libros firmados ni suficiente voz que le haga sombra al asombro innegable de haber transitado la ruta de la serpiente literaria y haber sobrevivido en el intento.

 

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Es muy tempano en la pista del aeropuerto de Tarapoto. El avión está a punto de despegar. Está claro que este tránsito nos ha llevado por zonas inimaginables, por sendas que no nos imaginábamos, por encuentros, reencuentros, promesas y ensoñaciones colectivas. Por la reafirmación de la pasión por el oficio y la ceremonia de la amistad basada en el respeto y el afecto mutuos.

El avión inicia su trayecto. Yo me coloco los audífonos y empieza a sonar una canción que volví a escuchar en la ruta, con los ojos humedecidos por la inspiración y la epifanía. Es muy temprano y el vuelo me lleva a Iquitos, donde otra aventura se inicia – una cinematográfica – pero vuelvo a pensar en esta ruta, en esta senda, en este momento de libros, compañeros que se reconocen y acompañan sus pasos colectivos. A ellos, estoy seguro, los volveré a ver, en cualquier lugar posible.

Desde arriba, ya, abandonando los límites de la región San Martín, miro las serpientes zigzagueantes de agua que se reflejan, doradas y calmas, mientras Susana Baca canta, en el tono más alto de la emoción y la melancolía, aquel inmortal poema de Alejandro Romualdo con que yo acabo esta historia:

Si me quitaran totalmente todo

Si, por ejemplo, me quitaran el saludo de los pájaros,

o de los buenos días del sol sobre la tierra

me quedaría aún una palabra.

Aún me quedaría una palabra

donde apoyar la voz.