La pasión turca. Sobre el Bósforo (3)

Por Miguel Donayre Pinedo

Una de las primeras referencias sobre el Mar Bósforo lo obtuve de Orham Pamuk, Premio Nobel de Literatura, en una entrevista hace unos años. Desde que lo leí mi obcecación era estar allí. Navegar. Sentir esas aguas y sus corrientes subterráneas. En Estambul nos enteramos de un crucero que parte desde la estación de tranvía de Eminonu donde está el puerto hasta Anadolu Kavagi, en la parte asiática de Turquía. Para llegar al puerto se puede tomar el transporte público que es muy eficiente. En Estambul puedes ir en autobuses, en tren o en tranvía. No hay tanta bulla como Madrid o Iquitos que es para correr. Aparte de los tacsi, así llaman a los típicos taxis amarillos. Pero nuestra apuesta era por el transporte público, aparte que compartes más con las personas del lugar y tomas el pulso a la ciudad [Sonia observaba que los nativos usan mucho el color negro en sus vestimentas, observación corroborado por Pamuk, él lo entiende de esa nostalgia y amargura por ese Potosí que no existe]. No sabíamos como coger el tranvía y un parroquiano muy amable ante nuestra ignorancia y rostro de desesperación, con gestos nos indicó donde comprar las fichas para poder entrar, en el jetomatik; las personas locales son muy amables con los peregrinos. Te hacen sentir como si estuvieras en casa. En el puerto compramos los boletos y dentro del crucero te cruzas con turistas de todas partes del mundo, es una babel de lenguas. Muy cerca, en el Puente de Galata, hay muchísimos pescadores tratando de coger alguna buena presa del Bósforo. El viaje dura una hora y media, se descansa en el pueblo de Anadolu Kavagi y media vuelta a Estambul a las tres de la tarde. Claro, la estancia es una servidumbre de paso para comer allí. Se come bien, sobre todo pescado y otros frutos del mar. A través de una audioguía que alquilamos nos informaba de la historia, de la arquitectura de ese paseo por el Bósforo. A lo largo del recorrido observas un trasiego de barcos que entran y salen del puerto. Hay cola de naves para entrar porqué de ahí se abre el mar Negro. Es intenso el tráfico. Hay un pueblo costero, antiguamente de pescadores, se llama Tarapya, donde vivió por unos años el poeta Constantino Kavafis. Ante el frío se nota que los chullos andinos son universales, urbe et urbis. No hay turista que se precie que no lo lleve. Cada paso que doy confirma que los localismos [añádanse a los nacionalismos estériles] son dañinos cuando saboreo un tomate [especie de las laderas andinas] dentro de una ensalada turca con yogurt.