Por Róger Rumrrill

Todos los cambios tectónicos y estructurales que se anuncian y anticipan en la sociedad humana y global del siglo XXI, como el crecimiento de la robotización y la inteligencia artificial; la modificación radical de la matriz energética, de la adicción al carbono al uso de las energías alternativas eólicas y fotovoltaicas, principalmente; los extremos climáticos y el agua convertida en la última gota para saciar la sed y el hambre alimenticio de la humanidad, tendrán efectos y consecuencias decisivas en la realidad global e integral de la cuenca amazónica sudamericana en general y en particular en la Amazonía Peruana.

Todos estos cambios y procesos de profundidad sísmica que tendrán a China como el nuevo epicentro de la economía mundial, es muy posible que conviertan a la Amazonía Peruana en la última renta y en el espacio geopolítico, geoeconómico e hidropolítico estratégico del Perú en el siglo XXI, tal como lo venimos anticipando desde hace una década (La Amazonía Peruana: la última renta estratégica del Perú en el siglo XXI o la Tierra Prometida. CONAM-PNUD, primera edición, Lima, junio de 2008).

El texto que anticipa el nuevo rol de la Amazonía en el escenario global del Tercer Milenio dice lo siguiente: “Las potencialidades y riquezas que contiene la Amazonía Peruana en agua, en mega diversidad principalmente en flora y fauna, petróleo, gas, bancos de conocimientos indígenas, vitales en un planeta amenazado en su supervivencia por el calentamiento climático, la cada vez más escasa oferta de agua, la contaminación urbana y de ríos, lagos y mares y erosión de los ecosistemas marinos, fluviales y terrestres convierten a la región amazónica en un espacio estratégico o para decirlo en los términos del ensayista y diplomático peruano Oswaldo de Rivero, en la renta estratégica del Perú en el siglo XXI”.

Pero no sólo el agua (la cuenca amazónica posee entre el 15 al 20 por ciento de toda el agua dulce del planeta Tierra) y la megadiversidad y fundamentalmente los bosques amazónicos, oceánicas fábricas de agua dulce y la yana allpa, la tierra antropogénica más fértil del mundo, son y serán las tablas de salvación de un planeta que se empieza a morir de sed. También la Amazonía, transformada en el mayor laboratorio natural de la ciencia de última generación, será también un mundo de creación de arte y cultura que emerge y emergerá sobre todo de los saberes, las prácticas, los conocimientos, las cosmologías y cosmovisiones de los pueblos andino-amazónicos. Es decir, de una matriz indígena, ancestral y milenaria.

EL ARTE Y LA CULTURA AMAZÓNICA: DEL IMAGINARIO EUROCÉNTRICO AL IMAGINARIO COSMOCÉNTRICO

El arte y la cultura peruana y amazónica tienen una matriz eurocéntrica, a excepción de las expresiones de los pueblos indígenas andino-amazónicos.  En su lúcido estudio sobre la poesía amazónica titulado La búsqueda de la voz propia (Tierra Nueva, Iquitos, 2018), la destacada estudiosa y profesora universitaria Ana María Molina Campodónico señala que los poetas amazónicos peruanos de fines del siglo XIX pertenecen a la corriente del tardío romanticismo. Pero no sólo los poetas, también los narradores y pintores de fines del XIX y las primeras décadas del siglo XX son fieles seguidores de las tendencias del arte europeo o eurocéntrico. El imaginario de estos artistas y creadores se inspira en un canon absoluta y estrictamente eurocéntrico. Para esta concepción occidental y judeo cristiana los indios son vistos, percibidos y descritos como salvajes, crueles y primitivos y su cultura, saberes y prácticas como supersticiones y expresiones del salvajismo.

Es recién a partir de las décadas del 40 al 60 del siglo XX cuando este imaginario, instalado también en la economía y la política y cuya más trágica expresión es el ciclo del caucho (1890-1915), cuando asoma un nuevo imaginario en las obras narrativas de los mayores escritores de este período, Francisco Izquierdo Ríos (1910-1981), Arturo D. Hernández del Águila (1903-1970) y Humberto del Águila Arriaga (1893-1970).

Los 60 y 70 del siglo XX: un parteaguas en   la historia mundial

La década del 60 al 70 del siglo XX fue un verdadero parteaguas y una de las mayores inflexiones en la historia humana. En este período se producen los movimientos y luchas por la descolonización de África y en América Latina estalla la revolución cubana que marcará la historia política de nuestro continente hasta nuestros días.

En el campo social y cultural ocurren también procesos que dejan improntas y huellas indelebles en las sociedades humanas. En EE.UU, la potencia hegemónica consolidada con el triunfo de la II Guerra Mundial sobre el nazismo hitleriano,  el movimiento hippie y la rebelión de los Black Panther sacuden a la sociedad estadounidense herida en su honor y su mesianismo por la derrota de la guerra de Vietnam; también en EE.UU y los países de la órbita capitalista, el libro de Herbert Marcuse, El hombre unidimensional (1964), pone en cuestión la visión utópica y providencialista del sistema capitalista y, en el campo de las ciencias sociales, Claude Lévi-Strauss con la antropología estructuralista  contribuye a la visibilización  de los pueblos y las culturas indígenas.

Los 60 y 70 en el Perú son años decisivos en todo orden de cosas. Pero sobre todo en lo político y social. La estructura feudal de la tierra y su secuela de explotación y pobreza del campesinado son el origen y la causa del surgimiento del movimiento guerrillero que estalla en ese período: el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), liderado por Luis de la Puente Uceda y cuyas acciones se despliegan entre los años 1962 y 1965, además de otras facciones de la izquierda como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Frente de Izquierda Revolucionaria (FIR), entre otras organizaciones. Otro de los líderes de la guerrilla de esos años fue Hugo Blanco.

Tanto la descolonización de África, así como la revolución cubana, las grandes movilizaciones campesinas y las guerrillas, generaron en el Perú un estado de cosas propicio a los cambios y transformaciones políticas y sociales. En este marco y contexto, un grupo de militares nacionalistas desalojaron del gobierno al Arquitecto Fernando Belaúnde Terry y el 3 de octubre de 1968 proclamaron el advenimiento del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada bajo el liderazgo del General Juan Velasco Alvarado.

La revolución velasquista finalizó el 29 de agosto de 1975, bajo el úkase del gobierno de EE. UU., contando con la complicidad de militares y de los sectores de derecha no sólo nacionales sino internacionales. Una de las razones del desalojo de Velasco del gobierno mediante el operativo denominado “Tacnazo” encabezado por el General Francisco Morales Bermúdez, a quién el historiador de la república, Jorge Basadre, calificó de “felón”, fue el plan de invasión a Chile que precisamente tenía como fecha de inicio el 29 de agosto de 1975 para la recuperación de los territorios que Chile había ocupado y arrebatado al Perú y Bolivia en la guerra de 1879.

Tres meses después del golpe a Velasco, el autor de esta crónica preguntó al entonces embajador de EEUU.en el Perú, Jack Loveridge, en un viaje realizado por ambos por la región Madre de Dios, poco antes de la partida del diplomático a su nueva sede en Roma, por qué razones, causas y motivos EEUU. se opuso a la invasión peruana a Chile, país sumido en una gran crisis por el golpe de Augusto Pinochet.

-Nosotros ordenamos al ejército peruano a sacar a Velasco para evitar la invasión a Chile, porque esa invasión amenazaba nuestros intereses y, además, hubiera provocado un estado de caos geopolítico en América Latina que nos hubiera costado muchos años arreglar y resolver- contestó sin ambages ni medias tintas el diplomático estadounidense.

La revolución de Velasco y sus reformas, la mayoría inconclusas por el golpe de Morales Bermúdez digitado por EE.UU., marcó una época en la historia del Perú. Nunca más, después de la revolución de Velasco, el Perú ha sido ni será el mismo país sobre todo por la Reforma Agraria con la aplicación de la Ley 17716, que modificó radicalmente la estructura feudal de la propiedad de la tierra en el Perú, liberando a millones de campesinos de la opresión de la feudalidad y  la servidumbre, tal como había anticipado el Amauta José Carlos Mariátegui en 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana cuando dice: “El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad en el Perú” (7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, segunda edición, editorial Minerva Peruana, Lima, 1934).

No sólo los problemas estructurales de la tierra y de los pueblos indígenas del mundo andino, a causa de la cruel y opresiva feudalidad, empezaron a cambiar con la ejecución de la Ley de Reforma Agraria 17716. También en la Amazonía, después de siglos de expoliación, marginalidad y abuso contra los pueblos indígenas y de la violencia genocida del ciclo del caucho, soplaron nuevos vientos de transformaciones y reformas.

El 24 de junio de 1974, se promulgó en Iquitos el Decreto Ley 20653, Ley de Comunidades Nativas y de Promoción Agropecuaria de Regiones de Selva y Ceja de Selva. Tuve el privilegio y el honor de escribir el discurso de promulgación de la ley que fue leído por el entonces Ministro de Agricultura, el General Enrique Valdez Angulo, en la comunidad de San Juan.

La 20653, sin duda la más importante ley en favor de los pueblos indígenas amazónicos en toda la historia de la república, en  su artículo 11 establece “que la propiedad territorial de las Comunidades Nativas es inalienable, imprescriptible e inembargable”, las famosas tres “íes” que pusieron freno al despojo de las tierras y territorios indígenas legitimado por la Ley 1220, la Ley de Tierras de Montaña, dictada por Augusto B. Leguía en 1909, y que fue la llave que abrió las puertas de la Amazonía a los fundos y megalatifundios que se multiplicaron de uno a otro extremo del territorio amazónico peruano. Las tres “íes” fueron borradas por la Constitución fujimorista de 1993.

Uno de esos megalatifundios fue precisamente el que otorgó Leguía al “Barón” del caucho, Julio César Arana del Águila en 1921, con una superficie de 7 millones de hectáreas en las cuencas del Putumayo y sus afluentes y que fue la manzana de la discordia del conflicto con Colombia y de la suscripción del tristemente célebre Tratado Salomón-Lozano de 1927 y que ocasionó la pérdida de soberanía peruana de 120 mil kilómetros cuadrados en el Trapecio Amazónico.

La Ley 20653 que, por supuesto derogó la 1220, puso las bases legales para la construcción de una nueva realidad agroforestal en la Amazonía, a tono con los cambios propugnados por la Ley 17716 en los Andes y la Costa de nuestro país.

LOS AÑOS 60 Y 70 EN LA AMAZONÍA, EL GRUPO BUBINZANA Y EL NUEVO CANON LITERARIO ANDINO-AMAZÓNICO

La década del 60 y 70 fueron en la Amazonía Peruana, como en el resto del país y en el mundo, años en que se vivieron nuevas realidades sociales, políticas, económicas y culturales. Se desataron procesos y ciclos como del narcotráfico y del petróleo, de violencia política de Sendero Luminoso (SL) y del Movimiento Revolucionaria Túpac Amaru (MRTA) que produjeron profundos cambios en la vida de los amazónicos.

En 1965, en su primer gobierno, el presidente Fernando Belaúnde Terry promulgó la Ley 15600, la Ley de Liberación Tributaria, que reforzó el dogma y el mito de que la liberación tributaria es el ábrete sésamo del desarrollo de la Amazonía y que provocó, entre otros efectos, el éxodo masivo de la población rural hacia las ciudades, fenómeno también desatado por el ciclo petrolero, configurando un nuevo mapa demográfico en la Amazonía.

Vaciamiento rural y crecimiento y expansión de las ciudades y de los llamados “pueblos jóvenes”; rentismo y extractivismo reforzados y nuevas ilusiones en la renta petrolera; violencia política y crecimiento exponencial de la corrupción; el surgimiento de una subcultura originada en la prosperidad falaz del narcotráfico, fueron y siguen siendo, medio siglo después, las señales, los signos, las huellas y las marcas de la sociedad amazónica en los 60 y 70 del siglo XX

En esta realidad emergió el Grupo Cultural “Bubinzana”, la generación que fue un parteaguas y una inflexión en la literatura y la cultura de la Amazonía en el siglo XX. Fue un día del año 1960 cuando convocamos a un grupo de artistas a mi domicilio para la fundación del Grupo Cultural “Bubinzana”. Si bien el nombre es el mismo que el título de una de las novelas del escritor Arturo D. Hernández, propuse el nombre que fue aprobado por unanimidad porque bubinzana (Calliandra angustifolia) es un arbusto cuyas flores de color violeta tienen propiedades alucinogénicas. Crece a la orilla de los ríos, arroyos y lagos y que, de acuerdo a las versiones de los pueblos indígenas y de los pobladores ribereños, en ese arbusto los dioses míticos Yaras, Yacumamas y otros seres del mundo del agua, amarran sus canoas porque bubinzana es un arbusto resistente y poderoso.

Bautizando a nuestro grupo cultural como bubinzana no sólo estábamos reconociendo a uno de los más destacados narradores de nuestra Amazonía, Arturo D. Hernández, también estábamos afirmando nuestra valoración de los saberes, prácticas, cosmologías y cosmovisiones de los pueblos indígenas amazónicos, a contracorriente del eurocentrismo que despreciaba los saberes y prácticas indígenas calificándolos con soberbia ignorancia como supersticiones.

En un texto titulado “Poética”, resumí el pensamiento de los bubinzanos. “La conciencia de que habíamos caído en una trampa nos lleva a una introspección. Nos empuja a despellejarnos para mirarnos adentro. Y al mirarnos descubrimos con rabia todos los embustes y toda la indigesta ración de huesos que nos hicieron tragar. Con nuestra poesía hemos desarmado esas trampas. Estamos negando y enterrando los pseudo valores de la alienación. Y caminamos en busca de la afirmación de una cultura original, nuestra”.

El texto de “Poética” prosigue: “Nos hemos lanzado al rescate y al reflotamiento de nuestros valores esenciales. Una introspección profunda nos ha conducido hacia la sensibilidad de lo mágico. La sensibilidad de lo mágico frente a los valores de una sociedad unidimensional. Sociedad unidimensional donde el hombre ha perdido el sentido de la fraternidad humana, el sentimiento de la productividad; donde el totalitarismo y el control del hombre atosiga, aplasta y destruye su imaginación y las potencialidades de sus instintos. Esta sensibilidad de lo mágico nos lleva por el camino de la revaloración de la cultura falazmente llamada “primitiva” y de la sabiduría popular”.

Poetas, narradores, actores teatrales, pintores, escultores, hombres y mujeres, periodistas, integraron “Bubinzana”. Entre ellos Javier Dávila Durand, Germán Lequerica, Manuel Túnjar Guzmán, Jaime Vásquez Izquierdo, los pintores Yando y Ángel Chávez, Isaías Gómez Linares y Róger Hurtado y Carolina del Águila en la ciudad de Yurimaguas.

Siendo la matriz de la cultura amazónica los saberes, las prácticas, el pensamiento, las cosmologías y las cosmovisiones indígenas, los bubinzanos se plantearon múltiples tareas en su quehacer artístico. Revisar el selvismo, la tendencia descriptivista de la narrativa y el paisajismo y figurativismo pictórico. Resultado de este proceso la pintura transitó del paisajismo al expresionismo mágico; la poesía, del descriptivismo paisajístico al lirismo alucinatorio; la narrativa, del selvismo descriptivista al realismo mágico; se propuso una música inspirada en el sincretismo tonal de la ritualidad musical indígena; así como un teatro de historias circulares como el tiempo indígena que rehúye la linealidad del tiempo eurocéntrico.

Para los bubinzanos era necesario penetrar y expresar la naturaleza interior. Porque tal como señala el notable crítico literario José Miguel Oviedo, el año 1922 tiene una trascendencia legendaria en la literatura occidental. Ese año se publicó Tierra baldía de T.S. Elliot, y Ulises de James Joyce y Trilce de César Vallejo.

“La crítica no ha visto la sugestiva coincidencia de Trilce con ciertas ideas expuestas por Kandinsky en lo Espiritual en el Arte que propone un arte que exprese la naturaleza interior del hombre, no sus experiencias externas”, escribe José Miguel Oviedo.

La experiencia shamánica permite develar la naturaleza interior del hombre y de la naturaleza. Porque tal como me explicó el médico psiquiatra francés Jacques Mabit, el fundador de Taki Wasi, en Tarapoto, en la experiencia shamánica y los estados visionarios de conciencia, el tiempo y el espacio son relativos; la objetividad no existe; no hay separación entre los observado y el observador; el sujeto es fuente de conocimiento y dentro del ser se pueden descubrir las leyes del conocimiento. Es decir, la parte más fina y sofisticada de la ciencia, la física cuántica y la biología molecular, se aproxima al shamanismo.

Pero el Grupo Cultural “Bubinzana” no sólo generó y provocó una inflexión en el arte y la cultura amazónica de los sesentas y setentas del siglo XX y que influyó en los grupos culturales que surgieron en las últimas décadas del siglo XX, como el grupo “Urcututu” (Ana Molina Campodónico, en La búsqueda de la voz propia Tierra Nueva Editores, Iquitos, 2018). También participó activamente en el debate político y social de esos años.

Varios de los bubinzanos, desde los medios de difusión, las plataformas políticas y los escenarios académicos, criticaron severa y rigurosamente el modelo económico extractivo mercantil y plantearon alternativas a ese sistema inviable en términos sociales y ambientales; propusieron cambios y transformaciones al dogma liberal de la liberación tributaria y la exportación de materias primas como la clave del desarrollo amazónico y criticaron duramente el rentismo, el extractivismo, el patrimonialismo y las visiones cortoplacistas de los comerciantes y empresarios, indeleblemente sembrados en su conciencia, sus intereses y en su imaginario por el ciclo cauchero.

Medio siglo antes del debate de la colonialidad del saber y el poder, la  teoría con que el brillante científico social peruano, Aníbal Quijano, empezó a remover las fosilizadas piedras del pensamiento único eurocéntrico, el Grupo Cultural “Bubinzana” intuyó el camino de la descolonialidad en un proceso de construcción de un nuevo canon en la literatura andino-amazónico.

EL NUEVO CANON LITERARIO ANDINO-AMAZÓNICO

La colonialidad del saber y del poder ha gobernado hegemónicamente la llamada civilización occidental y la modernidad en todos los campos, la economía, la política, la cultura, el arte. Y este pensamiento único y moderno, como dice el notable antropólogo peruano, Stefano Varese, “es equivalente y parte integral del colonialismo-imperialismo, occidental euroamericano; modernidad y colonialismo e imperialismo son ontológicamente constituidos por y se expresan a través del capitalismo».

En el mismo ensayo que estamos citando titulado «El dilema antropocéntrico. Pueblos indígenas, naturaleza y economía política», el destacado científico social autor de «La Sal de los Cerros», un estudio fundacional de la etnografía amazónica, escribe: «Desde la sinrazón de la teología judeo-cristiana de los siglos XVI y XVII, pasando por la desrazón del  despotismo ilustrado del XVIII, la super-razón del empirismo industrial y postindustrial, hasta la dictadura intelectual de las ciencias socio-biológicas que aspiran a condicionar la vida del cosmos a los designios del capital, la ciencia colonial e imperial se ha construido  y reproducido a espaldas y en contra de la ética de un universo integrado por relaciones inter-subjetivas de la totalidad bio-física».

En un ensayo titulado «El lugar de la utopía. Aportes de Aníbal Quijano sobre cultura y poder», el investigador del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Ramón Pajuelo Teves recuerda que fue precisamente Aníbal Quijano uno de los primeros científicos sociales que abordó a fondo primero la teoría de la dependencia en la década de los 60 y 70, junto con otros pensadores de América Latina. Luego entre los años 80 y 90 reflexionó sobre los temas de la modernidad, identidad, estado y democracia y entre los 90 y el 2000 trabajó con pasión y lucidez acerca del eurocentrismo, colonialidad, nación y globalización.

En el curso de este intenso proceso de reflexión, Quijano, como lo recuerda Pajuelo Teves, desarrolla su teoría de la «colonialidad del poder». Con relación al eurocentrismo, Pajuelo cita el pensamiento de Quijano: «El eurocentrismo consiste en un modo de comprender e interpretar las diversas experiencias históricas de las sociedades no europeas, de acuerdo a las características y trayectoria particular de la historia europea, la cual es convertida, así, en un modelo de interpretación de alcance y validez universal».

En su ensayo titulado «Colonialidad y modernidad/racionalidad» (1992), Aníbal Quijano explica el concepto: «Colonialidad es un neologismo necesario. Tiene respecto del término colonialismo, la misma ubicación que modernidad respecto del modernismo. Se refiere, ante todo, a relaciones de poder en las cuales las categorías de «raza», «color». «etnicidad», son inherentes y fundamentales”.

Es decir, si bien es cierto que el año 2021 el Perú celebrará el bicentenario de su independencia política, pero la colonialidad del poder y del saber siguen vigentes. Porque, como escribe el mismo Quijano, «no obstante que el colonialismo político fue eliminado, la relación entre la cultura europea, llamada también «occidental», y las otras, sigue siendo una relación de dominación colonial».

Esta colonialidadl del saber y del poder se expresa y manifiesta de mil formas en el Perú: el dogma sacrosanto del modelo capitalista, el Estado monocultural que tenemos frente a una nación multiétnica, multilingüe y multicultural, la concepción sobre la Madre Naturaleza como un bien de renta, transable, de riquezas infinitas e inagotables, pero sobre todo el racismo contra los pueblos indígenas andino-amazónicos y el desprecio y desvaloración de sus culturas. prácticas y saberes.

La colonialidad del saber y del poder se manifiesta en el arte y en especial en la literatura. Esta colonialidad no sólo se expresa en los cánones estéticos que copian e imitan modelos eurocéntricos. sino en el comportamiento y actitud de las élites culturales limeñas que, siendo el Perú uno de los países más hipercentralistas del América Latina, miran a las regiones y a sus escritores y artistas desde una distancia colonial. Esta colonialidad del saber explica la marginalidad de un escritor como Gamaniel Churata, el genial autor puneño, autor de la novela «El pez de oro», texto fundacional de la moderna narrativa peruana y latinoamericana.

La descolonialidad implica cambiar la matriz colonial del poder y del saber. Porque sería difícil cambiar las sociedades y el mundo sólo con la implantación del sistema económico capitalista. El control del conocimiento, los valores y la subjetividad es la llave maestra de la hegemonía eurocéntrica.

Aníbal Quijano en uno de sus ensayos señala que con la publicación del libro «Utopía», del filósofo y teólogo inglés Tomás Moro (1478-11535) se produce una inflexión, un corte histórico en la forma de concebir sociedades justas e igualitarias. De acuerdo al autor de la teoría de la colonialidad del saber y del poder, Moro se inspira en la lectura de los informes de Américo Vespuccio, el cartógrafo de Cristóbal Colón (1492) que informa haber conocido un archipiélago ubicado en Brasil donde observa asombrado la organización y la vida de sociedades indígenas con prácticas de reciprocidad y espiritualidad diferentes a Occidente.

«Utopía» marca una inflexión en el pensamiento occidental. Porque antes del contacto con las sociedades indígenas de Abya Yala, en las que se inspiró Moro para escribir «Utopía”, las sociedades de Occidente miraban hacia el pasado en busca del paraíso perdido. Después de «Utopía» las sociedades no retroceden, avanzan. La utopía está en el futuro.

Hoy en día, en la segunda década del siglo XXI, las sociedades indígenas andino-amazónicas representan la nueva utopía social en la que la centralidad utópica es la conservación de la Madre Naturaleza. Esta centralidad en el siglo XIX y principios del siglo XX, a partir de la teoría marxista, fue la construcción de un Estado y una sociedad  justa, equitativa, igualitaria. Los protagonistas de esta centralidad eran y son los obreros.

En la segunda década del siglo XXI y cuando el modelo capitalista de producción y consumo insaciables y voraces y el cambio climático amenazan la supervivencia de la especie humana en el planeta Tierra, la nueva centralidad es la Madre Naturaleza y sus protagonistas y defensores son los pueblos indígenas andino-amazónicos.,

La centralidad de la Madre Naturaleza y la nueva utopía y los paradigmas están vivos y vigentes en el pensamiento, las cosmologías y cosmovisiones indígenas, articulados a la concepción cosmocéntrica de la naturaleza: reciprocidad y espiritualidad.

Esta utopía social será el gran tema del arte y la literatura en el siglo XXI, el nuevo canon literario andino-amazónico en el Perú.

Lima, octubre del 2018